Sunday, December 15, 2024

PIRATAS 17 PARTE 1

Piratas 17- Cuento de Ciencia Ficción escrito por Alfredo Juillet Frascara. 2024. Comenzado el Miércoles 04 de diciembre de 2024 Personajes. Jaime Lazlo y Rosa Angélica. Alamiro Decio, tripulante de navío espacial y luego Capataz fundo de Rosa Angélica. Pablo Suriol, mayordomo fundo de Lazlo. Pencrof y su mujer Bárbara. Don Felix, dueño de una lancha pesquera. Maquinista Hugo Cepeda. Contramaestre Jules Vermil. Arponero Luis Smith. Capitan suplente Fernan Rujobe. Capitan de nave Vironia: Xurio Salinas. y Otros. Capitulo 1. En el planeta Tierra: Lazlo comienza a trabajar en una empresa de transportes marítimos y viaja entre Europa y América del Norte durante dos años. Conoce a un tipo que le entusiasma para volver a la Luna Seis, tripulante del mismo barco en que viajaba él. "Estamos perdiendo el tiempo en este barco, navegando por el océano Atlántico! Imagínate cuanto ganaríamos saliendo a esos planetas lejanos! El gobierno paga dos años de sueldo por el solo hecho de querer llegar allá, y da terrenos y créditos para establecerse con algún negocio o en actividades del agro! Hay terrenos de sobra!"- Decía Alamiro Decio, el cirujano de a bordo. A Lazlo el recuerdo de los días felices con Rosa Angélica le pesaba en el alma y fue así que dijo a Alamiro: "Esta bien, me has convencido! Esta ciudad es hermosa, los viajes son lindos, pero mi alma está triste y lo estará mientras permanezca aquí. Vámonos a Luna Seis! Conozco el lugar, y creo que podría recomenzar mi vida en ese satélite!" "Así se habla! Tengo un pariente en la Aduana, al cual muchos capitanes deben ciertos favores! Estoy seguro de que hallará algo para nosotros!"- Afirmó Alamiro, dándole un palmazo en la espalda. Para contentamiento de Lazlo, pronto halla un cupo en una nave al satélite seis, y sorprendentemente Rosa Angélica le busca y tras concertar una cita en un café, escucha de su viaje al Satélite. "Ah, regresarás a tu antiguo amor? Ya me olvidaste?"- Preguntó ella con voz anhelante. Lazlo la mira fijamente, y responde bajando la voz: "Nunca podré olvidarte, y ese es el motivo de mi alejamiento de este mundo! " Rosa Angélica deja correr algunas lágrimas por sus mejillas, y le toma la mano, diciendo: "Me pasa exactamente lo mismo! Ya no me importa la tienda ni la ropa ni los negocios! Te he echado tanto de menos, mi amor!" Se besan, y luego ella dice: "Permíteme ir contigo! Cumpliremos nuestra promesa de nunca separarnos!" "Te amo."- Respondió Lazlo de inmediato, y antes de embarcarse, tuvieron varios días de luna de miel en un hotel de lujo; ella compró pasaje en el mismo navío, y subió a bordo con cien kilos de plata que aún le quedaban, y en pocos días ya dejaban atrás a la Tierra de Sol, llenos de promesas y compartiendo el amor que nunca se había extinguido del todo. El capitán dio orden de hibernar a todos los pasajeros, y por tanto, Rosa Angélica quedo en estasis hasta la llegada al sistema planetario de la Estrella HD 3794: planeta "A", Satélite N° 6.- Lazlo y Alamiro Decio quedaron de ayudantes generales, que significaba trabajar en lo que se les fuera indicando. Primero fueron labores de limpieza y de revisar que la carga del navío estuviera bien estibada, y luego a reparaciones varias, siempre ayudando solamente, pues los técnicos eran los que realmente hacían el trabajo. Esto duro un mes, y luego fueron hibernados por cuatro meses, y así fueron siendo despertados para trabajar e hibernados repetidamente hasta llegar al sistema de la estrella HD3794, en que prontamente bajaron la carga y luego les dieron permiso para descender. Como ambos deseaban una vida nueva en la superficie de un astro, dimitieron de sus labores y se integraron a la sociedad de ciudad Cornejo, la más grande concentración de población de ese mundo. Rosa Angélica, en el intertanto, había ya bajado y establecido por su cuenta, comprando una linda casa en la ciudad, y un terreno de mil hectáreas colindante con el mar. Fue allí que llegaron los dos ex tripulantes, y Lazlo pudo renovar su romance con la bella y rica mujer. Por su parte, Alamiro se transformó en el capataz de la hacienda, teniendo a su mando a veinte personas, con las cuales comenzó a desarrollar terreno para la siembra, dejando la mayor parte del terreno tal cual se había comprado, es decir, poblado de arboles, algunos muy altos y frondosos, que lastimosamente no servirían más que para ser aserrados, ya que no eran frutales. "Todo marcha muy bien! Y tu compañero es laborioso, no reclama si hay que quedarse más tiempo laborando."- Dijo Rosa Angélica, tras cenar en la casona. Allí tenían a tres sirvientas y dos ayudantes para lo que se necesitara hacer en el hogar. El dinero que ella había invertido en comprar ese lugar, se estaba recuperando rápidamente, gracias a la venta de cereales y verduras, que se producían tanto en el campo como en un invernadero usando la técnica de la hidropónica. Los frutos mejor vendidos - y de mayor precio- provenían desde allí. "Si, ha sido la Providencia la que me puso cerca de él. Por supuesto, no hay que comentarle lo bien que se porta, no vaya a ser que se vanaglorie y comience a fallar!"- Dijo Lazlo, sonriente. Un automóvil eléctrico se aproximo a la casa, viniendo desde el camino principal, el cual terminaba a los pies de la escalinata de entrada. Ella dijo: "Pablo, vaya a ver quién viene y nos avisa!"- "Inmediatamente, Señora."- Dijo el sirviente, y se apresuro a salir por la puerta delantera, adyacente al gran comedor en que cenaban Lazlo y Rosa Angélica. Del automóvil bajaron tres personas, dos hombres y una mujer, y uno de los hombres se dirigió al sirviente Pablo, preguntando: "Es esta la casa del Señor Lazlo??" "Así, es , caballero. A quien tengo el gusto de anunciar?"- Le pregunto Pablo. "Dígale que es su viejo amigo el capitán Pencrof."- Replicó ese hombre, sacudiéndose la chaqueta llena del polvo del camino, que por supuesto no era pavimentado aun. "Se llevará una sorpresa."- Dijo la mujer que venía con él, tomándole de la mano. "Así es, Bárbara! No tiene idea de que nos hallamos tan cerca de su regia hacienda. Debe estar con la Sra. Rosa Angélica, tal como te dije, o no tendría tanta suerte de vivir como potentado."- Dijo Pencrof, caminando lentamente hacia la escalinata. Dentro del comedor, Pablo llega raudo y dice: "Es un tal Señor Pencrof, quien dice ser vuestro amigo." "Ah, qué bien! Saldré a recibirlo. Vienes, Rosa Angélica?"- Dijo Lazlo, poniéndose de pie. "Claro que sí! Es una buena persona."- Accedió ella, limpiándose las comisuras de su boca con una servilleta de seda color celeste. Les recibieron con apretón de manos y leve abrazo, y luego Lazlo dijo: "Capitán, pase a servirse algo! Quizás sea hora de cenar para Uds.!" Pencrof había consumido algo de comida antes de llegar allí, por lo que denegó la oferta, diciendo: "Gracias, pero ya cenamos. Veo que sus inversiones han dado frutos; muy bella vuestra casa-" "Hemos tratado de que se vea acogedora y hogareña. Compramos este terreno a fin de producir alimentos y ganar dinero; vamos saliendo adelante. La inversión fue grande, quizás todo lo que teníamos, y ahora vamos ya llegando a ese monto inicial."- Dijo Lazlo, ya sentados a la mesa; una sirvienta trajo vasos de bebida, y eso si consumieron el capitán y su mujer, quien dijo:"Con Jaime (Lazlo) hemos abierto una Frutería, y nos ha ido bien; y hoy se nos ocurrió visitarles, ya que viajamos juntos por un tiempo. Eso sí, demoramos bastante en llegar acá, y veo que ya oscurece." Lazlo entendió que ella estaba diciendo que el regreso seria tortuoso para ellos, y dijo: "Tenemos piezas de alojados acá! Pueden quedarse y partir cuando Uds. deseen! Recuerden que son bienvenidos." Barbará comento: "Tenemos ese local comercial, y debemos regresar mañana a seguir con los negocios. Pero les agradecemos su hospitalidad por esta noche." "Me alegro! Creo que podremos ponernos al día con lo sucedido desde la última vez que nos vimos!"- Aviso Rosa Angélica, sonriéndole. "Me encantaría! Ah, creo que los hombres también tendrán temas que tratar"- Repuso Bárbara, sabedora de que los hombres, en compañía de ellas, no hablarían mucho. Lazlo rio, diciendo: "Tiene razón! Capitán, pasemos a la biblioteca! Allí podremos conversar mientras bebemos algo."- "Acepto la invitación."- Accedió Pencrof, dando un palmazo. Una vez sentados en cómodos sillones, Pencrof dijo: "Bien, aquí estamos reunidos tras tanto tiempo! Yo me traje a esta Simbionte, Bárbara. La mujer perfecta!" "Tal como en los anuncios, supongo!"- Dijo Lazlo, ofreciendo cigarrillos y encendiendo el suyo. Ya suponía que Pencrof llevaba tras de sí a una mujer demasiado calmada, como pensativa...y ese era una cualidad de las mujeres artificiales. "Exactamente! Todo bien! Me pregunto cuántos años más me sobrevivirá! Sabes? Verla siempre joven, mientras yo llegare a la ancianidad."- Dijo Pencrof, mirando hacia la ventana. Allí afuera ya reinaba la oscuridad de la noche. Se pregunto cuántos morirían en las fauces de algún carnicero. "Este mundo puede ser muy cruel, pero se ha logrado alejar a las bestias más peligrosas."- Opino Lazlo, recordando las numerosas batidas efectuadas durante su estadía en esas tierras. "Creo que así es colonizar. Yo, sentado a la puerta del local, atendiendo clientes! Y pensar que mi trabajo era llevar una espacionave de un mundo a otro, acarreando minerales y uno que otro pasajero! Creo que fue un buen cambio buscar la seguridad. "- Comento Pencrof, pero en su inquieto espíritu , ya empezaba a dudar de su repentina resolución de dejar todo atrás para vivir con la perfecta pareja... "Bien, creo que todos tenemos la oportunidad de cambiar de rubro, de ambiente, hasta de pareja. Eso, mientras no lleguemos a anciano. Una vez llegados a esa edad provecta, todo lo que se puede lograr es tener una muerte pacifica y con gente que le respete."- Dijo Lazlo, terminando su trago y agrego: "Bien, me voy a la cama. te indicare adonde podrás dormir esta noche." Para ello debió preguntarle al mayordomo Pablo quien fue el que guio a Pencrof. Al día siguiente, al amanecer, Pencrof subió a su automóvil junto a Bárbara, y guio el vehículo hasta la cercana ciudad, diciendo: "Buenos amigos hemos renovado hoy. Se han convertido en una pareja de granjeros." "Muy simpática su esposa, la Rosa Angélica. Me dio un par de vestidos, ya que tenemos la misma talla."- Aviso Bárbara, mirando hacia los bosques umbríos que crecían a ambos lados de la ruta. "Creo que les visitaremos a menudo! Me siento más acompañado con gente como ellos; nada de ambiciones ni miradas enigmáticas. Son un par de personas muy abiertas."- Comento Pencrof, pensando ya en el día de trabajo con que se iban a enfrentar. 5. "Amor, creo que deberíamos volver a comprar mercaderías! Ya se están agotando en la bodega."- Pidió la bella Bárbara, tras visitar tal lugar. "Está bien! Iré al muelle a ver que sale."- Acepto Pencrof, dejándola a ella a cargo del local., y usando la camioneta, se dirigió hacia los puestos de mariscos y pescados que se hallaban en las cercanías del muelle. Allí podría encontrar mercadería fresca y sin refrigerar, ya que esos vendedores recogían directamente la pesca artesanal y si no la vendían totalmente en el día, la enviaban a un distribuidor mayorista, que sabían cómo congelarla al punto de que no tendría daño en varios días. Dejo la camioneta a dos cuadras del lugar y camino por sobre el pavimento mojado, que casi siempre se hallaba así ya que los locatarios regaban los pescados y mariscos cada cierto rato, para espantar a las moscas que no cesaban de llegar. "Hola, doña Ingrid! Como están los pescados hoy día?"- Pregunto a la primera locataria de la fila de tenderetes que llegaban casi hasta el muelle. "Frescos, pues, casero! Viene a comprar hoy día?"- Le pregunto la señora, mas por responder al saludo que a otra cosa. "Por supuesto! Ah, veo que tiene camarones y merluza! También algo de anchovetas!"- Dijo Pencrof, oliendo el fuerte olor a pescado y agua de mar. "Así es! Llegaron muy cargados los botes, pero le entregaron mucho a la compañía congeladora! Yo alcance a comprar algo, como ve, tengo merluza, anchoveta, cojinova y algo de mariscos! Sabe que los boteros no traen mucho marisco, pero que se le va a hacer."- Dijo doña Ingrid, encogiéndose de hombros. Tras esos saludos y comentarios, Pencrof le compro casi todo lo que tenía en sus mesones, y con un ayudante ocasional, llevo los sacos a la camioneta y regreso a su local, en donde Bárbara eligió que guardar en la nevera y que dejar expuesto al público, que ya llegaba a elegir. Pencrof era quien limpiaba los pescados, cortando cola y cabeza, sacando el vientre y dejando trozada las presas; habían algunos que preferían llevarse la cabeza para hacer sopa. Estos eran algunos comerciantes que tenían locales de comida, y aprovechaban la cabeza para hacer caldo y darle más consistencia al plato. A media tarde llegaron dos jóvenes a venderles algunos pescados que ellos mismos cogieran en el mar, y tras regatear el precio, Pencrof les pago lo que pedían. Bárbara dijo: "Son conocidos, ya que a veces vienen a vender lo que pescan. Pobres muchachos! Creo que ya dejaron de estudiar y su futuro va a depender de la suerte." "Ah, por supuesto! No todos pueden ser profesionales! Hay mucha gente que se dedica a lo que menos habían pensado! Y el mar es buen proveedor, de eso no hay dudas!"- Respondió Pencrof, sonriente, y llevo esos pescados a la nevera, tras lavarles de la sal. Días después volvió a ir a comprar a esos puestos, y vio a un pescador conversando con dos personas, diciendo: "Me faltan marineros valientes para salir mañana a pescar! Y no sé qué hacer, debo pagar la mensualidad del motor nuevo, y sin pesca no hay dinero!" "Es que nosotros no estamos saliendo, don Félix! Dicen que a8nda uno grande, que vuelca los botes! y tenemos familia que mantener."- Respondió uno de esos hombres. "Ah, vayan a casa entonces!"--Dijo Don Félix, y camino a grandes pasos hacia el pueblo. Pencrof le alcanzó, diciendo: "Hey, amigo! Qué hay de eso de que hay un pez grande que vuelca botes?" "Patrañas de vieja chismosa!"- Dijo Félix, y siguió su camino. Pencrof dijo: "Yo podría acompañarle." Félix le miro, burlonamente, y dijo: "Y que, es Ud. un pescador, acaso?" "No, pero me gustaría acompañarle. No tiene que pagarme, sabe? Tengo un local de pescados en la avenida principal, y quizás le compre algo de lo que Ud. pesque."- Aviso Pencrof. Don Félix, hombre curtido y de más de cincuenta años, le miro nuevamente y dijo: "Yo pago a quienes me ayudan, y como le veo muy interesado, le daré la oportunidad de probar si es útil para el trabajo. Acompáñeme."- Y tras varias cuadras, entraron en un local de comidas, en donde Don Félix converso con varios parroquianos, obteniendo solo una persona para su emprendimiento. "Ya, nos vamos a ver la lancha! Saldremos apenas halla pleamar, por eso de los escollos frente a la bahía."- Aviso el marinero, y caminaron casi en silencio hasta llegar al muelle, en donde flotaba, varios metros más abajo de la plataforma, varias lanchas de más de veinte metros; Don Félix subió a la más sucia y vieja de todas las lanchas, y Pencrof vio el nombre de ella en un desteñido tablón de proa: "Dulcinea". Sonrió, pues sabía a qué se refería tal nombre, y observo que la cabina podía contener a más de seis personas sin entorpecerse. Al timón había un viejo de por lo menos ochenta y seis años, con una barba digna de Moisés en el monte Sinaí. "Les presento al piloto, Jerricote Urtubia, el azote de las merluzas!"- Dijo Don Félix, en tono festivo. "Y capitán de los tifones!"- Agrego aquel hombre, mostrando una pésima dentadura. Don Félix presento a dos otros marineros, todos ya entrados en años, y Lazlo se dijo que con ellos difícilmente podía Félix llevar a cabo labores duras. Se le indico que limpiara parte de la amura de babor, y a otros les tocaron parecidas labores, que se ejecutaron sin dilación. El bote hedía a pescado, a pesar de que no había ninguno a bordo, y era que la madera ya se había impregnado con ese olor en sus muchos años de lo mismo: pescar sin descanso. Al anochecer tosió el viejo motor, echando penachos de humo negro, que hacia caer hollín por todos lados; otras lanchas se hacían a la mar, todas portando luces de navegación, a tenor de no chocar unas con otras. A veces llegaban saludos a grandes voces, y eran marineros que ya conocían al navío de don Félix, y le daban ánimos para seguir adelante. Pencrof vio que el mar parecía ser hecho de aceite negro, con toques de brillos metálicos; el azul que era la tónica en los días asoleaos, ahora era un mar de negrura aceitosa. El capitán miraba la brújula, y el piloto timonel gruñía obscenidades para mantener a los supuestos demonios del mar alejados de la lancha. Esa era una de las supersticiones de esos pescadores, que la cumplían a rajatabla, y eso se notaba pues de vez en cuando se escuchaban similares expresiones de algunas lanchas que viajaban cerca. A las tres de la mañana se detuvo el rítmico sonido del motor, y siguió un silencio ominoso. Don Félix hizo lanzara las redes a sus paniaguados, y cual telarañas, se hundieron bajo la superficie, en busca de peces distraídos. Las olas daban contra la quilla de la lancha con un sonido a azotes; Lazlo veía reflejos de luz en la cúspide de las olas, que avanzaban hacia la costa en ovina sucesión. Pencrof espero a la siguiente orden, que llego a la media hora: "Suban las redes!"- Pidió don Félix, y usando cabrestante y brazos, la red salió del mar con muchos peces, que fueron dejados sobre cubierta; allí eran tomados y arrojados por la abertura que daba a una caja que les esperaba debajo; los peces saltaban y trataban de regresar al mar, pero ninguno lo logro. La red volvió a bajar, y así sucesivamente hasta el alba. "A descansar! Esperemos que suba la marea, y entonces entraremos al puerto!"- Dijo Don Félix, desde la cabina. Como en la lancha no había camarotes ni nada parecido, la gente debió buscar cualquier lugar medianamente seco para estirar el cuerpo y tratar de dormitar, pues de dormir no era muy fácil, debido al cabeceo de la lancha, el ruido del mar y la llovizna que ya caía con calidad de lluvia. Pencrof pensó en Bárbara, que le debía estar esperando con ansias, ya que no le había dicho nada de su aventura marítima, pero esperaba que se lo hubiera tomado con calma. Tras una eternidad (cosa que le pareció a Pencrof) , el lanchón paso los bajíos estando ya en marea alta, y entraron los primeros y atracaron en el muelle. Allí muchos esperaban para comprar la marítima cosecha, y Don Félix regateo y termino vendiendo toda la carga a un opulento comprador, quizás dueño de alguna súper tienda. Tras ayudar en el descargue , Pencrof fue en fila a cobrar lo que Don Félix estimara valía su trabajo. Para su sorpresa, le dieron mil Ronios, y diez grandes pescados, que venían atados convenientemente. "Lo hiciste bien, hombre! Tienes trabajo conmigo, si quieres."- Dijo Don Félix, tosiendo, ya que el aire matutino era bastante frio. "Convenido! Cuando me necesitara de nuevo?"- Pregunto Pencrof, sonriente. "Vente a la noche, y saldremos de nuevo a ver que nos depara el mar! Ya sabes, buen dinero y quizás te de más del pescado, a fin de que lo puedas vender en tu tienda!"- Dijo Don Félix, demostrando que no se había olvidado de la conversación previa con Pencrof. Este tomo los pescados, y subiéndolos al automóvil, llego a la tienda, en donde Bárbara ya tenía abierto el puesto. "Oh, querido, tanto que te espere anoche! Que te paso?"- Le pregunto la mujer. "Fui a la mar, a pescar en un lanchón! Me pagaron mil Ronios, y obtuve estos lindos pescados!"- Dijo él, mostrando los lustrosos y bellos ejemplares. "Ah, toninas! Muy bien! Pero debes estar cansado, amor! Váyase a casa y descanse! Yo me quedare aquí."- Aviso Bárbara, besándole. "Me comprometí a ir de nuevo a la noche a pescar con Don Félix! Con el dinero que me da, mas los pescados, creo que estaremos en mejor pie económico. Qué me dices tú?"- Dijo Pencrof. Ella le miro fijamente, mientras pensaba en el asunto, y termino diciendo: "La verdad es que no es necesario arriesgarse mucho, amor! Ya estamos en un pie económico suficientemente bueno como para no pensar en muchos sacrificios! Pero si quieres, hazlo! Yo te esperare con gusto." Y era que su cerebro ya había analizado la situación mental de Pencrof, y había llegado a la conclusión de que el hombre anhelaba la aventura, fuera grande o pequeño el peligro, y no sacaba nada con oponerse, pues solo lograría que Pencrof terminara haciendo su voluntad de todas maneras, fuera ahora o en el futuro. Pencrof llego a su domicilio a darse un baño y tirar la ropa mal oliente en la lavadora, luego se fue a dormir hasta media tarde. Fue entonces que Bárbara llego a darle de comer, y le sirvió del mismo pescado que él trajera, mas una ensalada apetitosa. "Ah, qué bien sabe! Buen aroma, y pocas espinas!"- Comento Pencrof, sirviéndose algo de vino tinto. "Cerré el local por dos horas! Volveré al trabajo, y si quieres, me acompañas o descansas algo mas."- Ofreció Bárbara. "Ah, querida! Ya descanse lo suficiente! Iremos a laborar los dos!"- Dijo Pencrof, masticando aquel trozo de pescado frito. 10. Fue así como Pencrof volvió a navegar, esta vez no en las oscuras mareas del espacio profundo, sino que en el azul del mar. La pesca siempre existía, ya que la explotación de los peces recién comenzaba, y había todo un océano por explorar. Esto hizo que vendiera el puesto de verduras y frutas, y se asociara con un dueño de barco pesquero, Ferdinando Sukori, con el cual, y otros ayudantes, se embarcaba en viajes que duraban días, volviendo al muelle con cientos de kilos de los mas diferentes especies marinas. El capitán Félix termino enfermando de los pulmones, de tantas madrugadas en la humedad marina, que luego de salir del hospital, vendió la mitad que le quedaba del lanchón a Pencrof, quien hizo reparar los motores con piezas nuevas, y continuo con las labores de pesca. Bárbara le acompaña cuando el tiempo esta bueno, ya que Pencrof teme que la humedad dañe sus sistemas. "Te quedas en casa, y me esperas! Siempre serán uno o dos días, nada más!"- Le repetía Pencrof cada vez que salía al muelle. "No te preocupes de mi! No iré a ninguna parte!"- Reía ella, divertida de que se preocupara tanto por ella. En la lancha hay otros marineros que les acompañan, algunos viejos del tiempo de don Félix, y otros recién contratados. En general eran solo ocho hombres decididos a ganarse la vida en el mar. El maquinista, Hugo Cepeda, mantenía la estrecha sala de maquinas limpia como un espejo, y no permitía visitas de ninguna especie, era cual un sacerdote egipcio cuidando el templo de Ra. Por dos meses la rutina se apodero de Pencrof, y salía de madrugada para pescar, volviendo a media tarde con su carga de pescados, que parte vendía de inmediato en la dársena, y los mejores ejemplares los llevaba a su local, en que la fiel Bárbara le recibía con besos, siempre alerta y optimista. Una mañana lluviosa salió con su impermeable hacia el muelle, y en el camino subió al vehículo a dos de sus tripulantes, el viejo maquinista Hugo Cepeda, y a Luis Smith, uno de los arponeros. "Condenada lluvia! Pero buena, ya que hará nadar a los peces más cerca de la superficie!"- Acoto Hugo Cepeda, mirando hacia afuera del vehículo. "Ah, por supuesto! Y así nos mojaremos el doble!"- Reclamo Luis Smith, quien tenía por costumbre ver el lado sombrío de las cosas. Llegaron al muelle, y la vista del oscuro bote pesquero apenas se veía en la espesa niebla. Cerca de la pasarela de subida estaban ya el contramaestre Jules Vermil, Dwight Peñaloza, Rudolfo Hacen e Igor Simio, el pelado y gigantesco ruso blanco. "Hola, hola! Listos para otra jornada en el mar! Ah, el aire es envigorizaste!"- Exclamo Pencrof al estar cerca de ellos, para infundirles entusiasmo. "Todo en regla!"- Dijo el contramaestre Jules Vermil, tosiendo. Subieron, pisando fuerte en la rampla, y ya arriba, dos de ellos la retiraron y dejaron a un lado de la amura. Se fueron a tomar café a la cocina, en donde también llego Pencrof, quien no hacia distingos de ninguna clase, pero se imponía por su carácter serio. Encendidos los motores, salieron a la mar a las 01 horas, y se adentraron en línea oblicua (hacia el norte) por cerca de dos horas, lanzando redes luego de detener la embarcación. "No se ve nada! Espero que los peces sepan entrar en la red!"- Opinó Smith, dejando de tirar de la red. "Vendrán! Hay que ser optimista!"- Le conminó Rufolf Hesen, encendiendo su apestosa pipa, que rellenaba con tabaco natural y mezclas de yerbas que a él se le antojaban aromáticas. "Si sigues fumando, lograras tener cáncer!"- Le respondió Smith, alejándose bajo la risa que le propinó Rudolf Hesen. Pencrof ato el timón a la barra, y salió de la cabina, mirando en rededor. Las olas apenas eran visibles fuera del ámbito de luz que proporcionaban dos fanales situados sobre dos postes, uno a babor y otro a estribor, para atraer a los peces. Ráfagas de neblina empañaban la vista y todo parecía tener carácter de un sueño surrealista. Una hora después, y usando cabrestantes, subieron la red, que venía con muchos peces diferentes. Entre ellos, merluza y congrio. Se apresuraron en lanzar aquello a la bodega, para lo cual se abrieron los portalones. Algunos peces se escapaban de la red, y había que lanzarlos a mano hacia la oquedad en que iban a viajar a ser trozados y comidos. A la segunda vez que lanzaron la red al agua, apareció un Mosasaurio, arrancando la red de cuajo y yéndose a las profundidades. El tirón que dio hizo entrar agua al bote, pero con la bomba extractora se logro drenarla. "Esta vez sí que nos salvamos! El Mosasaurio prefirió la red antes que a nosotros!"- Dijo Pencrof, viendo como se alejaba el Mosasaurio del lugar del ataque. "Miren!"- Grito Jules Vermil, señalando algo a babor. Pencrof diviso una serie de blanquecinos brazos, de más de 20 metros de largo cada uno, y luego una cabeza que subía y bajaba de la superficie de las grandes olas. "Un calamar gigante! Y parece que se dirige hacia nosotros!"- Dijo Dwight Peñaloza, muy excitado. Pero el animal giro y se aferro a la proa de la lancha, escorándola.. Todo objeto suelto se fue hacia babor y adelante. Algunos toneles hirieron a dos tripulantes que gritaron de dolor. Pencrof , en la cabina, veía como el timón ya no obedecía sus esfuerzos por virar, pues casi toda la popa estaba en el aire, y la hélice zumbaba, a veces tocando el agua y levantando así gran cantidad de espuma al aire. Cogió su rifle y como pudo comenzó a disparar contra el gigantesco Calamar. Vio caer al mar a dos marineros , aunque más le pareció que estaban saltando por su cuenta. HASTA AQUI ESTA GRABADO EN VOZ. El calamar atrapó a los desdichados, soltando al bote, y así pudo Pencrof arrancar lejos del animal. "Capitán! Se comió a Rudolfo y a Dwight Peñaloza! Qué va a hacer?"-Preguntó Jules Vermil, el contramaestre. "Creo que ya es tarde para rescatarles! Deben estar siendo trozados y comidos por ese calamar gigante! No hay caso! Salgamos de aquí!"- Expresó Pencrof, pidiendo toda potencia de motores al maquinista Hugo Cepeda. Dos horas más tarde llegaban al muelle, y descargaron como de costumbre, y Pencrof envió a Luis Smith y Jules Vermil a dejar la pesca elegida como mejor a su local, en que se hallaba la bella Bárbara. Tras aquello, se dirigió a la comandancia del puerto, y dio pormenor de lo sucedido. El oficial anoto todo lo que le dijeron, y luego dijo: "Habrá que dar parte a la policía marítima! Sabe Ud. las coordenadas en que se hallaban?" Pencrof dio por ciertas algunas cifras que a él le parecieron pertinentes, aunque de seguridad no tenía ninguna. La policía le interrogo por media hora, y también a sus tripulantes, los cuales corroboraron la historia, ya que no había otra versión que dar más que la real. Tras aquello, Pencrof visitó a los familiares de los fallecidos, y quedó en darles algo de dinero en compensación. Esto se lo tomaron mal esos familiares, pero ya se sabía que en estos casos fortuitos, nadie podía darse por culpable. Al llegar a su casa, Bárbara dijo. "Ah, qué tragedia más grande, amor! Espero que no te haya sucedido nada a ti!" "Nada más que el susto! Creo que dejaré de ir al mar por algunos días, y habrá que entregar dinero a los familiares de los fallecidos! Algunos quieren ver culpable, pero en estos casos nadie lo es!"- Afirmó Pencrof, tomando su botella de whisky y bebiendo a largos tragos, pues no quería sufrir problemas nerviosos si es que no calmaba sus pensamientos con alcohol. Bárbara mantuvo la conversación, usando el conocimiento psicológico que tenía en su memoria, a fin de ir aliviando la carga emocional del hombre. Este terminó por irse a dormir, y Bárbara lavó su ropa, la tendió a secar, y se recostó a su lado, desnuda, para darle calor. Al día siguiente visitó la lancha, y vio que el único presente era Hugo Cepeda, quien estaba aceitando el motor. "Buenos días! Veo que sigue laborando. Hoy no saldremos."- Dijo Pencrof, con voz átona. "Claro que no! Tenemos que asistir al entierro figurado! Ya vinieron algunos parientes de Rudolfo y de Dwight Peñaloza! Quieren ir al anochecer. "- Dijo Cepeda. "Están locos? Tendríamos que regresar en la mañana! Toda la noche perdida!"- Se imaginó Pencrof, sentándose en un taburete. "Y qué desea hacer, si no? Ellos están dolidos, esperan recompensa económica, y además este gesto simbólico! Si Ud. se rehúsa, pobre de Ud.! Ya no habrá quien quiera laborar en su bote!"- Dijo Hugo Cepeda. "Está bien, iremos! Pero, no será peligroso? Estar en las mismas aguas en que hay probabilidades de que esos dos monstruos marinos estén aun deambulando y llenos de hambre?"- Interrogó Pencrof, pasándose la mano por la cabellera. "Y quien le obliga a Ud. a ir adonde mismo? Yo no hablaré si Ud. no habla! Y tampoco sus tripulantes! Todos estamos asustados, y de seguro respirarán más tranquilos si saben que no irán al mismo lugar."- Avisó Hugo Cepeda. "Ah, eso está mejor! Me entra el alma al cuerpo."- Dijo Pencrof, pasando al siguiente problema en su cabeza: la compensación económica por el deceso de aquellos dos infortunados. Seguro querrían millones de rones, y eso significaría al menos dos meses de trabajo para sólo pagar el coste. A mediodía volvió al puesto de pescados, y dijo a Bárbara: "Los familiares de los fallecidos quieren ir a tirar flores al lugar en que murieron los dos tripulantes. Qué me dices tú?" "Que es lo usual en estos casos! Seguro que quieres ir? Podría decir que te enfermaste, e iría yo. "- Insinuó ella. "Tu, de noche y en un barquichuelo como el que tenemos? No! Iré yo, y por supuesto, te estoy avisando para que no te preocupes."- Comentó Pencrof. "Quieres que me quede en casa y no vaya contigo? Esta vez no irás a pescar, sino que a cumplir con una convención social! Creo que te ayudará a que yo esté contigo. Te prepararé el café como a ti te gusta."- Dijo ella, abrazándole. Este contacto físico le llenó de energía, algo erótica eso sí, y sonrió por primera vez desde que viera a esos dos hombres caer al mar... "Está bien, iremos! Pero deberás usar ropa gruesa! No quiero que te enfermes."- Comentó Pencrof, pensando en los finos mecanismos que hacían que Bárbara "viviera". "Está bien! Y me quedaré en la cabina."- Dijo ella, por darle en el gusto. Poco después Bárbara se fue al local, a seguir atendiéndolo, mientras que Pencrof se quedó en casa, debido a que , por recomendación de ella, no fuera a laborar, pues si lo veían allí, les incomodaría que estuviera trabajando como si nada hubiera pasado. Antes del anochecer, ella volvió a casa, preparó un bolso con algo de comida y de bebida para todos, y llegaron al bote con rostros serios. Los familiares de los dos fallecidos eran siete: de Rudolfo estaban allí su esposa, su hermano y un tío, también pescador. De parte de Dwight Peñaloza estaban su mujer, su amante, y dos hermanos . Saludaron de malas ganas a Pencrof, quien les dijo: "Gracias por venir. Veo que han traído flores, para homenajear a sus seres queridos. Pasemos, entonces, a cubierta." Le siguieron, y Hugo Cepeda ya calentaba motores. Pencrof les hizo pasar a la cabina, y bajó a conversar con Cepeda. "Vamos a salir cuando la marea esté lo suficientemente alta. A media marcha, pues parecerá que vamos lejos. Yo avisaré cuándo detenerse." "A la orden, señor. Va a ser una larga noche."-- Comentó el mecánico

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