PIRATAS 17 PARTE 3
Antes de retirar la pasarela, llegó Jules Vermil, diciendo: "Ea, esperen por mi! Me retrasé en el camino, pues pase a buscar a Luis Smith, pero no quiere venir."
"Está bien, gracias."- Respondió Pencrof, y con ese hombre subieron la pasarela a cubierta, atándola convenientemente. Pronto la lancha enfilaba hacia alta mar, y salieron entre otros botes pesqueros, que les iban a seguir para cumplir con la tradición marina, de honrar a los muertos. Por este motivo Pencrof dudó de virar al sur, como tenía pensado, ya que los capitanes de esos barcos sabrían que estaba pasando algo raro, con lo que estuvo obligado a seguir al norte, tal como hiciera cuando vivían Rudolfo y Dwight Peñaloza.
En la cabina sólo encontró a Bárbara conversando con esas tres viudas, y dijo: "Ya comenzaremos a cabecear, pues estamos saliendo de la bahía. El mar parece algo picado, pero nada que nos pueda detener."
"Está bien, no se preocupe."- Dijo Livoria, la esposa del fallecido Rudolfo.
En la cubierta estaban los deudos masculinos, fumando y mirando al mar, pensativos tras la muerte de quienes habían conocido por años.
Según lo calculado por Pencrof, se hallaban aún a 20 millas náuticas del lugar del ataque, pero él detuvo la marcha, diciendo. "Fue aquí en donde sufrimos ese mortal ataque!"
Todos se pusieron en movimiento, reuniéndose a proa y Livoria dijo: "A Uds. amados parientes, les dedicamos estas coronas de flores en honor y recuerdo de lo que fueron en vida; valientes y esforzados hombres de mar, quienes nos daban muestras de coraje y esfuerzo con sus labores. No les olvidaremos!"
Y los demás comenzaron a lanzar las coronas de flores al mar, que quedaron flotando por un buen rato sin moverse del lugar, a pesar del movimiento continuo de las olas, cosa que sorprendió a muchos e hizo nacer la leyenda, en la ciudad Cornejo, de que los espíritus de los muertos habían querido testimoniar su agradecimiento y a la vez, su despedida a sus queridos familiares.
Estos rezaron por un rato, y luego el barco regresó a la rada, mientras las conversaciones proseguían en cubierta, a voz baja y respetuosa. Los marineros ataron la lancha a un poste, y bajaron a tierra apesadumbrados, porque lo que les había ocurrido a Rudolfo Hesen y Dwight Peñaloza podía muy bien ocurrirle a ellos.
Bárbara manejó el vehículo a casa, con un Pencrof extrañamente callado; ella respetó su silencio, y le vio ir a acostarse sin otra conversación.
Al día siguiente Pencrof reunió a los deudos de los fallecidos, y conversaron acerca de la compensación económica, y al final quedaron conformes con la cantidad de un millón de Ronios por cada fallecido.
Esto le significaba a Pencrof quedarse sólo con seis mil Ronios en el bolsillo, pero pagó gustoso, a fin de darle un corte al asunto, aunque fue desconfiado, y pidió que todo se hiciera en regla: se estipuló ante una Notaria, que la compensación se pagaría de una sola vez sin opción a pedir más compensaciones a posterior, fuera con el tenor que se invocara, y además todo quedó escrito y firmado por los receptores del dinero.
Pencrof visitó a Lazlo dos días después de ese acto reparatorio, y tras contarle lo sucedido en el mar, agregó: "Amigo Lazlo, he quedado prácticamente en la ruina. Tengo, eso sí, el bote y el local, aparte del automóvil que ves fuera de esta casa, y un departamento en la ciudad Cornejo. "
Lazlo comprendió que el hombre se hallaba bajo los efectos de un shock nervioso, aunque no se daba cuenta de ello, y dijo, para ayudarle: "No te hagas problema, amigo. Te daré dos millones de Ronios para que te conformes un poco, y ya verás cómo me los devuelves, sin apuro y a como quieras pagar."
Bárbara vio conmocionado a Pencrof, y dijo: "Le agradecemos vuestro préstamo, que nos permitirá seguir laborando sin problemas. Creo que en el curso de medio año ya podremos estar devolviéndole su dinero."
"No hay apuro, Bárbara. Puedes devolverlo en un año o dos más! No necesitamos ese dinero con urgencia, gracias a que todo acá en el fundo se va dando bien."- Dijo Lazlo, y su mujer Rosa Angélica agregó: "Vosotros sois nuestros amigos, y este préstamo es lo menos que podemos darles."
Ese mismo día recibieron el dinero en una caja, y se quedaron a dormir en la casona, tras conversar largo y tendido.
Al día siguiente volvieron a la ciudad, y al llegar la tarde, Pencrof se fue al muelle a comprar combustible al bote, y a recomenzar con los viajes; recibió la visita de Adolfo Hesen, quien le dijo: "Deseo tomar el lugar de mi hermano y ver si lo puedo vengar."
"Aceptado, pero no andaré buscando a ese gigante! No tengo medios para combatirlo , así es que te aseguro que tu vendetta no va a resultar fácil."- Respondió Pencrof, mirando al alto y delgado Adolfo.
"Que no? Compraré un fusil con aditamento, de esos que pueden disparar ráfagas de balas y también descargar un misil de corto alcance."-- Dijo Adolfo, con voz firme.
"Es tu decisión! Como dije, tienes el puesto, pero ya te digo, el trabajo es duro ."- Le avisó Pencrof.
"Gracias por aceptarme a bordo."- Respondió Adolfo Hesen.
"No me las des! Necesito tripulantes con deseos de laborar, y tú pareces calificar."- Comento Pencrof, quien daba ese trabajo a Adolfo pues no podía negarse, so pena de ser considerado una persona sin sentimientos por los demás tripulantes, no sólo de su barco, sino que de todos los botes pesqueros de la zona.
Más tarde salieron en el bote a pescar, con las luces de situación colgando de los mástiles, y con otros muchos botes que hacían la misma labor. Adolfo Hesen se sentía feliz y atormentado a la vez; feliz porque pensaba que podría vengar a su hermano muerto, y atormentado ya que aun no compraba el arma capaz de cumplir con su venganza. Tales fusiles eran caros y había que encargarlos con anticipación; no era cosa de entrar en una Armería y pedirlos al encargado .
17.
Pencrof estaba al mando del timón, mirando hacia proa, viendo pasar las olas, esta vez menos gigantescas que en el previo viaje. Esperaba pescar mucha carga, a fin de ir juntando el dinero para pagarle a su amigo Lazlo; bien que le había dado tiempo, pero no gustaba de dilatar pagos.
"Señor, viene una lancha siguiéndonos. Qué querrán?"- Preguntó Adolfo Hesen.
"No creo que nos sigan, más bien, creo que van en la misma dirección."- Le tranquilizó Pencrof, con voz calma. Esta vez iban con cuatro tripulantes, así es que en caso de que fueran piratas, la lucha sería bastante desigual.
Al poco rato vio pasar adelante al barco en cuestión, que medía unos treinta metros y con una cabina pintada de blanco; no reconoció haberla visto antes, pero se dijo que no podía estar seguro de todo.
Media hora más tarde, dieron con un banco de algas, que se atascaron en la hélice, y el maquinista detuvo el girar, diciéndole por el tubo comunicador: "Jefe, debemos limpiar la hélice antes de seguir, o se reventará el eje!"
"Está bien, veré que se haga."- Replicó Pencrof, amarrando el timón a la barra de sujeción.
Salió de la cabina, y vio que los tripulantes miraban a popa, y la luz del fanal iluminaba las aguas, que arrojaban destellos cristalinos al moverse.
"Hombres! Alguien de Uds. deberá bajar a limpiar la hélice! Quién se ofrece de voluntario?"- Preguntó Pencrof, pensando en que si no había voluntario a la mano, debería ser él mismo el valiente.
"Yo iré, señor! Sólo pásenme un machete!"- Pidió el recién reclutado Adolfo Hesen.
Dudó Pencrof en dejarle bajar, ya que Adolf podría ser un completo inepto, al no haber navegado antes y menos bajar a destrabar hélices.
"Está bien, le daré uno."- Dijo Pencrof, y del armario de herramientas sacó un machete de metro y medio de largo, con cacha de hueso de lobo marino.
"Amárrenlo!"- Pidió Pencrof, ya que sin una cuerda a la cintura, Adolf Hesen seria juguete de las olas. Le amarraron a la cintura, y el otro extremo a un poste de hierro. Bajó Adolf al agua, afirmándose de la amura. Ya en el agua, debió sumergirse ya que la hélice estaba al menos a dos metros más abajo.
"Aguantará? Es un novato!"- Dijo Luis Smith, persignándose.
"Veremos."- Respondió Pencrof, pensativo. Pasaron dos minutos, y la cabeza de Adolf retornó a la superficie. Su brazo blandió el machete, gritando: "Ya falta poco, señor!" - Y tomando aire, volvió a sumergirse.
Todos miraban al lugar en que se hundiera, esperando lo mejor, que era destrabar la hélice; sin embargo, Pencrof veía flotar más algas alrededor, lo que significaba que debería izar una vela, y esperar que el viento les sacara de ese banco de algas marinas, o la hélice volvería a fallar.
Momentos más tarde, salió Adolf de las aguas, y lo ayudaron a subir a cubierta. Dejó el machee en manos de Pencrof, diciendo: "La hélice quedo totalmente liberada de algas, señor, pero hay otras alrededor!"
"Claro, no usaremos la hélice hasta que estemos lejos de aquí. Hombres! A izar la vela latina! Nos alejaremos usando la fuerza del viento!"
El viento nocturno efectivamente les sacó del lugar, y a las dos horas ya funcionaba el motor, empujándoles mar adentro.
"Ya no se ven otros barcos pesqueros! Es que el jefe nos está llevando muy dentro del mar?"- Preguntó Adolf Hesen, mirando con preocupación a las sombras de la noche.
"Es una noche sin estrellas! El capitán está alejándose para ver si los peces se hallan en cantidad superior lejos de la costa. El sabe lo que hace."- Dijo Jules Vermil, el contramaestre.
"Está bien! pero igual me preocupa."- Dijo Adolf Hesen, sobándose la barbilla.
Como si fuera que Pencrof le escuchara- algo difícil, estando en la cabina y ellos a popa- mandó a parar motores, y bajar las redes. Estas fueron dos, una a popa y otra a proa.
"Dos oportunidades son mejores que una!"- Dijo Pencrof, al ver como se cumplían sus órdenes. también, y por supuesto, ponía su cuota de ayuda en esa labor.
Las redes se hundieron en el agua, desapareciendo como de costumbre. Los dos fanales de luz eran como el cebo que se necesitaba para atraer los peces, que a esa hora y tiempo nadaban en la más completa oscuridad. Muchos subieron a ver que era esa luz aparecida a destiempo, y fueron atrapados cuando las redes fueron izadas a bordo.
" Que cantidad más grande!!"- Dijo Adolf Hesen, no acostumbrado a ver tales prodigios. Y era que el barco bajo 20 centímetros dentro del mar, al recibir la carga de cientos de kilos a bordo. todo se envió abajo, a la caja transportadora, hecha de madera y remaches. Los peces quedaron como prensados unos arriba de otros, y Pencrof noto que aun podían pescar algo mas, pues faltaba un metro par que la carga llegara hasta topar la cubierta.
"Deberíamos regresar ya! Es malo ser ambicioso en el mar! los dioses de las aguas ven con malos ojos a los pescadores golosos."- Dijo el maquinista Hugo Cepeda, haciendo signos con el dedo en alto, a fin de apaciguar a los dioses y alejar a los demonios.
Como esta vez había sido lanzada al mar solo una red, cuando subió la carga era menor, pero sorprendentemente venia una tortuga de 300 kilos aleteando al fondo.
"Láncela al mar, capitán!"- Pidió el supersticioso maquinista Hugo Cepeda, mirando con temor al quelonio.
"Haremos una sopa para todos con ella!"- Aviso Pencrof, mirando aviesamente hacia quien le quería dar órdenes.
A hachazos sacaron la carne desde dentro de la caparazón, y esos restos y la cabeza fueron lanzados por sobre la borda. Una olla enorme comenzó a hervir el agua, y dentro echaron no solo trozos de la tortuga, sino que también algunos peces de buen tamaño.
Dos horas de cocimiento, mientras el bote regresaba a puerto, y luego todos pudieron servirse en sus escudillas cuanto caldo y cuanta carne quisieron. Así, entraron en la bahía con el estomago lleno y las caras sonrientes.
Pencrof vendió toda la carga excepto diez peces de calidad, y tras recibir el dinero, dejo a Hugo Cepeda cuidando su bote, y llego a su tienda con los peces; allí ya estaba laborando la bella Bárbara, quien al verle le abrazo y beso, diciendo: "Has vuelto con buena cara y peces de calidad! Apuesto a que te fue muy bien!"
"Claro que sí! Vendí la carga en 250.000 Ronios! Eran más de cinco mil kilos! La pesca fue muy buena, y sin contratiempos!"- Aviso Pencrof.
"Ah, qué bien! Te felicito."-Dijo Bárbara, riendo.
Pencrof trozo los pescados para ponerlos en venta, y Bárbara guardo en la nevera parte de lo traído, a fin de resguardarlo de los calores del día que empezaba.
Pencrof se fue a dormir como a mediodía, y ella cerro el local a las dieciocho horas, vendiendo todo lo disponible.
"Estas despierto?". - Pregunto ella suavemente, entrando al dormitorio."
"Así es! Desperté con el ruido de la llave que usaste para abrir la puerta! Pero no te preocupes! Ya me siento descansado del todo. Y como te fue con las ventas?"- Pregunto él
"Vendí ciento veinte mil Ronios! Toda la existencia, aun lo de la nevera! Creo que la gente prefiere nuestro local, ya que todo está fresco y recién pescado. No como en las grandes tiendas, que venden refrigerado de varios días."- Comento Bárbara, yendo a guardar el dinero en la caja de seguridad que tenían ubicada en el dormitorio.
Tras compartir con ella, Pencrof se fue al muelle, en donde ya le esperaban sus ayudantes. Vio a Adolfo Hesen estornudando, y le dijo: "Adolfo, quizás sea mejor que vengas mañana, y por ahora te cuides del resfrió, mira que la noche en el mar es pernicioso si tienes resfríos."
Adolfo puso cara hosca, pues su plan de trabajar y juntar dinero para comprar ese fusil capaz de destrozar a la asesina de su hermano, el calamar gigante, seria retardado si comenzaba a fallar en el trabajo. Por ello, dijo: "Perdone, señor, pero es que debo seguir laborando sin descanso! Mi salud está bien, solo es un leve resfriado."
Como le vio determinado a seguir en ese turno, Pencrof dejo de lado las consideraciones, y le acepto para el viaje. Los demás ya habían subido por la rampa, y así ellos subieron los últimos.
Bárbara, sin que Pencrof le viera, había seguido a su pareja hasta el muelle, disfrazada de hombre, para no ser molestada por otros marineros, y vio partir el bote sin problemas. Sonrió para sí, y volvió a la casa, segura de que Pencrof estaba haciendo lo debido.
Ya en alta mar, los marineros lanzaron las redes, y esta vez capturaron toninas y salmones, algunos de veinte kilos de peso. Las redes descargaron los pescados en la bodega, y siguieron repitiendo la acción hasta llenar la caja receptora.
"Bien, estamos listos! Descansen! "- Pidió Pencrof, y les acompaño en la cocina, en donde se sirvieron café y sándwiches. Luis Smith se acerco a Pencrof , diciendo: "El marinero Hesen tiene fiebre! Le vi la cara roja y transpirada. No vaya a ser que le dé una pulmonía!"
"Ah, que malo! Pero el insistió en venir. Tendrá que esperar a que volvamos al muelle, si quiere ir al médico de turno. No es posible entrar a la bahía con marea baja, encallaríamos."- Dijo Pencrof, mirando al aludido.
"Lo entiendo. le avisaba, no mas."- Comento Smith con sonrisa sardónica. Sabía que la responsabilidad de un capitán era cuidar la salud de su tripulación, y sospechaba que Pencrof lo había pasado por alto.
Sintieron el roce de algo contra el casco, y todos salieron a cubierta a ver que era aquello. Vieron varios tentáculos sujetando la barandilla metálica, y un ojo enorme mirando con fría decisión hacia ellos.
"Es el calamar gigante! nos atacara!"- Dijo Adolfo Hesen, tomando una pértiga y golpeando los tentáculos que ya se alzaban a más de ocho metros de la barandilla.
El ser de las profundidades se desprendió de la barandilla y se hundió en el mar.
"Le di, maldito, le di!"- Gritaba _Adolfo Hesen, pensando en que había castigado al asesino de su hermano. El maquinista Hugo Cepeda se acerco a Pencrof, diciendo: "Ese no era un calamar, sino que un pulpo! Que no se habría atrevido a atacarnos; mas que seguro fueron las luces las que le hicieron curiosear fuera del agua."
"ya me di cuenta, Hugo, pero no diré a Adolfo que se equivoca. El hombre esta tan feliz de haberle dado un golpe, que jura que era el calamar que se llevo a Rudolfo."- Dijo Pencrof, moviendo la cabeza.
""Mejor."- Dijo Hugo Cepeda, volviendo a la sala de maquinas.
Durante el viaje de regreso, Adolfo Hesen repetía su cantinela de haber castigado al asesino de su hermano, y los tripulantes le felicitaban, para dejarle gozar su efímero triunfo.
Al llegar, ya de mañana, al muelle, Pencrof mismo llevo a Adolfo a la enfermería del puerto, en donde quedo para ser auscultado por el doctor de turno, el señor Alejandro Boner.
Vendió la carga a un dueño de pescadería y congeladora, y se dejo, como siempre, algunos buenos ejemplares, que llevo en su vehículo hasta el puesto en que ya se hallaba comerciando su mujer, Bárbara.
"Ah, ya llegaron! Como les fue?"- Pregunto ella, abrazándole y dándole un caluroso beso.
"Traje toninas y salmones de calidad! Y vendí el resto, mira!"- Y Pencrof le mostro los sesenta mil Ronios de la venta.
"Muy bien! Anda a descansar, amor! Yo seguiré acá."- pidió ella, pero Pencrof se sentía descansado, y se quedo con ella hasta las dieciséis horas, en que guardaron en la nevera lo que aun no se vendía, y volvieron a casa en el automóvil.
"El hermano de Rudolfo Hesen esta resfriado, y creo que peor ahora que se llevo una noche entera en alta mar. Quedo en el consultorio médico del muelle."- Dijo Pencrof.
"Ah, sí? que malo. Es una persona que se nota tiene una auto misión que cumplir: matar a un calamar!"- Dijo Bárbara, encendiendo el fuego para preparar una sopa de pescados y verduras.
"El cree que golpeo a un calamar esta pasada noche! pero lo que hizo fue golpear a un pulpo! "- Comento Pencrof.
"Ah, y como equivocarse tanto?"- Inquirió ella, revolviendo en la olla.
"Es que de mar entiende poco! Y además tenía fiebre. Los que saben de animales de mar nada le dijeron, para que fuera feliz! Quizás ya no quiera seguir viajando a la mar, creyendo que ya la venganza está cumplida."- Opino Pencrof.
"No lo creo así, mi amor! Sabes por qué? Porque no lo mato! Y ese hombre no va a descansar hasta que halle al calamar y le de muerte."- Opino ella.
"O lo maten a él! De todas maneras, no me gusta llevar a una persona con tan alta carga emocional en el barco! Contratare a dos tripulantes mas, por si no vuelve al trabajo."- Aviso Pencrof, abrazándola.
Tras almorzar- si bien ya era tarde- Pencrof se la llevo al dormitorio, en donde descanso por cuatro horas. Ella, obviamente, le acompañaba pero no tenía necesidad de dormir.
Mas tarde llego al muelle y hallo a Adolfo Hesen ya en cubierta, y le pregunto: "Que haces acá? No estabas tan enfermo?"
"Es que el buen doctor me ha dado una tizana y unos remedios, y me ha dicho que puedo volver a trabajar."- Aviso Adolfo Hesen.
"Ah, si? Y tienes alguna receta que lo confirme?"- Pregunto Pencrof , recordando la frase de Smith, en que el dueño del barco es responsable de la salud de sus tripulantes.
"No la tengo! Se me ha extraviado ese papel. pero tengo los remedios!"- Y mostro varias grajeas en una bolsa de papel.
"Bueno, pero te cuidas! No estarás a la intemperie! Maniobraras el timón, y yo te diré como."- Aviso Pencrof, quien no quería salir multado por buena persona .
A medianoche ya salían del muelle, junto a otros barcos, y sus luces eran como luciérnagas en la noche. Se dirigió al norte, como era su costumbre, y dos horas después lanzaron las redes al mar, en donde se hundieron rápidamente gracias a los plomos atados en sus extremos.
"Es de esperar que la buena suerte nos siga sonriendo! He oído que a otros pescadores no les ha ido tan bien como a nosotros!"- Dijo Jules Vermil, lo suficientemente fuerte como para que le escuchara Pencrof, que estaba a la entrada de la cabina.
"Que la fortuna siga! De eso hay que agradecer al creador del todo."- Comento Hesen, desde el timón; ya había aprendido lo básico, y se sentía a gusto dentro de la cabina.
Pencrof se quedo viendo las olas, como pasaban sobre las redes, que al menos estaban a veinte metros de profundidad. Esperaba que los peces se sintieran atraídos por las luces a popa y proa, y así quedaran atrapadas cuando la red fuera izada a bordo.
Un zumbido fue in crescendo hasta transformarse en un ruido tabletearte. Un objeto metálico apareció flotando a baja altura, y se detuvo a treinta metros del bote pesquero. Todos quedaron estáticos mirando, y Luis Smith, el arponero, dijo: "Son los Vironio! Ya he visto estas naves flotando cerca de ciudad Cornejo!"
"Entonces no hay problemas! La pesca está permitida."- Comento Pencrof, y de la nave se abrió una portezuela, y varios hombres salieron de allí, caminando por la parte plana de la nave, y tras ponerse objetos con arneses en sus cuerpos, volando con un zumbido hacia la cubierta del navío.
Pencrof se puso delante de sus hombres, y les saludo, diciendo: "Bienvenidos, caballeros. Somos pescadores de ciudad Cornejo, y estamos en plena faena."
El más gordo y decidido de ese grupo de cuatro, dijo: "Estamos aquí en una misión especial. Quien manda aquí?"
"Yo, Jaime Pencrof. Y estos son mis ayudantes, marineros todos."- Comunico Pencrof con voz tonante.
"Bien, Pencrof. Mi capitán, el oficial Xurio Salinas, ordena que todos Uds. suban a bordo de nuestra nave, y cooperen en una labor que es necesario hacer en pro de la paz del mundo. Digo, ya que es una misión delicada, y serán recompensados."- Dijo ese hombre, apoyando una mano en la cartuchera de su pistola.
"Pero, caballero, nosotros no tenemos nada que ver con Uds., y estamos pacíficamente trabajando en la pesca! Además que va a pasar con nuestro bote?"- Pregunto Pencrof, pensando y sintiendo que estaba viviendo una pesadilla peor que el ataque de ese calamar gigante.
"La misión especial comenzara pronto. Tienen que estar preparados. Bajen un bote y vayan a la nave que esta gravitando a proa, y no habrán problemas."- Dijo ese oficial, ya con mirada maligna.
"Me rehusó a hacer lo que Uds. quieren. "- Dijo Pencrof, y algunos otros le imitaron, diciendo que no querían abandonar el bote, ya que nada les aseguraba la vida en esa nave aérea.
"Está bien, es cuestión de Uds. ir pacíficamente o a la fuerza. Hombres, apronten a disparar!"- Dijo ese oficial, y los acompañantes levantaron sus rifles.
Pencrof corrió a la cabina, pensando en tomar un arma, pero fue alcanzado antes de entrar. Los demás huyeron, y si bien a algunos les sirvió bien la carrera, a otros no y cayeron al suelo aturdidos.
El oficial busco a los que se habían ocultado, y les llevaron a todos desmayados a la nave, para lo cual los recién llegados los cogían de los brazos y volaban a la nave aérea.
Una media hora tomo todo esto, y el bote quedo allí, sin personal y con las redes debajo del agua. Seis horas más tarde paso cerca de allí un bote pesquero, y viendo sus ocupantes que no se veían tripulantes, abordaron el bote y lo hallaron desierto.
"Aquí paso algo raro! Brujas o algún animal desconocido dio cuenta de la tripulación!"- Dijo uno de ellos, y el capitán de ese navío recogió las redes, los peces, y remolco al bote de Pencrof al muelle, provocando gran algarabía; y como sabían de que Pencrof tenía pareja y también un local comercial, fueron allá a avisar, encontrando a Bárbara al rato después, cuando ella llego a abrir su local.
"Señora, ha ocurrido un accidente grave. Su marido ha desaparecido con toda su tripulación en el mar."- Dijo Joanes Bergo, el mismo capitán que hallara el bote de Pencrof.
"Ah, qué mala noticia! Y que les pasaría?"- Pregunto Bárbara, con rostro apenado.
"Hallamos el bote con las redes en el mar, pero sin nadie a bordo. No sabemos qué ha pasado, ya que no se ven señales de violencia. Es como si se hubieran desvanecido en el aire."- Dijo Joanes Bergo, mirándola apenado, ya que Bárbara arrojaba lagrimas desde sus ojos.
"QUE tragedia más grande! "- Dijo Bárbara, cubriéndose la cara. El capitán Joanes Bergo le toco el hombro con su mano, diciendo: "Tenemos el barco en el muelle, y los peces podemos traérselos acá, si Ud. quiere."
"Si, por favor, traigan esos peces! Después iré a ver qué hacer con el bote."- Dijo Bárbara con voz compungida. El capitán Joanes aseguro que así lo haría.
Bárbara sigue colocando los pocos peces que le quedaban sobre los estantes, y pensando en que hacer. Su cerebro había ya analizado todo lo sucedido, y solo le faltaba ir al bote y revisarlo para comprender mejor sus conclusiones. Sobre la parte sentimental, solo fingía, ya que no sentía mucho ni poco lo que sucediera a su alrededor, aunque con referencia a Pencrof, obvio que le cuidaría y protegería hasta donde le fuera posible, que en el caso actual era bien poco lo que podía hacer.
Le llegaron los peces, y realmente eran muchos, por lo que ofreció a otros locatarios vecinos algo de la carga, y así disminuyo la cantidad. Dejo la mayor parte en el congelador, vendió pescados hasta las dieciséis horas, cerro el local y se fue al muelle.
La pasarela estaba en posición pero no había nadie a bordo; reviso todo minuciosamente, hallando muestras de pisadas ajenas a las que usaban los marineros; eran de mejor calidad, y en su memoria aparecieron las botas que usaban los militares del reino Vironio. Se hallaban por todas partes, lo cual decía que habían revisado hasta la sentina. También hallo muestras de ropa de tripulante, con lo cual sospecho que los militares habían arrastrado cuerpos por sobre la cubierta. Hallo muestras de cabello, los analizo, y cerca de la cabina de mandos hallo los correspondientes a Pencrof, lo que significaba que había tenido una caída violenta al suelo, pero al no haber rastros de sangre ni allí ni en ninguna otra parte, coligió que había sido un ataque de rapto, y no de asesinato. Eso la tranquilizo un tanto, ya que al menos Pencrof y los demás estaban vivos, presos pero vivos.
Pensó en que si los habían raptado, bien podían devolverlos, tras ejecutar con ellos o en ellos alguna suerte de misión. La que fuera debía terminar en algún punto. Y en ese punto capaz que ellos pudieran regresar con vida, y eso si la misión se los permitía.
Esperaría a que volviera. Podía esperar por muchos años, tantos como los que Pencrof podía vivir una vida normal, que sospechaba era de 34 años más.
Se decidió a seguir con la misma actividad económica, pero sin arriesgarse a salir a navegar por el mar. Esperaría a que llegara el bote con la carga, la vendería y parte la guardaría para venderla en el puesto que ya tenía. Debía hallar a una persona responsable para encargarle la conducción del bote, y tripulantes que obvio debería elegir esa persona.
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