Sunday, April 06, 2025

PIRATAS 17 PARTE 10.

CAPITULO 8 En el planeta 5 de la estrella HD 390-5. En el mundo HD 390-5 Contrario a lo que alguien pudiera pensar, los pulpos inteligentes no sacaron a los humanos de sus capsulas nada más llegar a la órbita, sino que los trasladaron a varias naves pequeñas y los condujeron a destinos separados. En esos destinos, que albergaban sistemas de reanimación suspendida sitas en edificios del gobierno, se logro despertar a los durmientes, y se les auxilio en los primeros días de su recuperación física y mental. Esa recuperación significo que Pencrof y doce otros humanos, tuvieron buen trato, camillas de descanso en lo que se llama hospital en la sociedad humana, y se les dejo libertad de movimiento dentro del edificio en que se hallaban. Esto produjo un sentimiento de agrado en la mayoría, que no tenía idea del destino que les aguardaba, pero que al presente, al menos eran bien tratados. Seis eran mujeres y siete los hombres. Las mujeres provenían de diferentes mundos habitados por humanos, y del satélite Seis, del que provenía ultimadamente Pencrof, venían dos hombres, que inmediatamente quisieron saber datos de su mundo de origen, y por tanto,, Pencrof les conto lo poco que recordaba de haber estado allí. "Nos abdujeron los Vironio para servirles, pero luego los pulpos sapiens nos raptaron, y nos tienen aquí. Del grupo original no queda nadie más que yo." - Les dijo Pencrof, en la ocasión en que cada uno contaba su personal historia. "Has tenido suerte! Nosotros dos fuimos raptados por Vironio, pero nos trataron muy mal, y menos mal que estos Extraterrestres de ahora nos sacaron de ese infierno."- Dijo Wilson Vera, un hombre de 70 años, alto y fuerte aun. Pencrof escucho también el relato de las mujeres, pero ellas no contaban ni la mitad de lo que les había sucedido, y esto noto Pencrof porque sus discursos tenían muchos puntos ciegos. Pensó en que el asunto sexual había tenido más que nada mucho protagonismo y ellas no querían hablar de ello para no denigrarse a sí mismas. A los cuatro días de esta especie de vacación, otros humanos llevaron a Pencrof y a los dos originarios de la luna Seis a una acería, en donde el calor de las ollas de fundición era grande. Allí aprendieron a trabajar con grandes palas mecánicas, a mover las ollas cargadas de hierro fundido, y a otras labores igualmente penosas. Se transpiraba todo el tiempo, y las seis horas de descanso en un cuartel de madera eran su único placer. Dentro de la usina no habían mujeres, y los hombres lucían cadavéricos y de rostros ahusados; sus ropas caían a pedazos, con el calor y la humedad, los vapores y los efluvios mefíticos. Pencrof comenzó a toser, pues sus pulmones comenzaron a resentirse de tal atmosfera perniciosa. Wilson Vera le instaba a escapar, diciendo: "Tenemos que huir o moriremos dentro del año! Estos energúmenos con tentáculos nos usan para los trabajos difíciles, y ellos solo gobiernan desde sus tanques perfumados! No son capaces de horadar la roca, ni de mover maquinaria, ni nada más que nadar y comer! Pero tienen esclavos, que somos nosotros, y debemos rebelarnos o morir en el intento." Pencrof tosió, y dijo: "Concuerdo contigo, amigo, pero si te fijas, la usina tiene muros de ocho metros alrededor, y las salidas y entrada están vigiladas por humanos como nosotros! Acá no se ve a ni un octópodo ni en pintura!" Se les acerco el otro humano oriundo de Luna Seis, diciendo: "Creo que podríamos salir en uno de los camiones que llevan material! Tendríamos que suplantar a un chofer, y a su ayudante! Luego de hallarnos fuera de este encierro, ahí veremos que podemos lograr!" El que hablara esto se llamaba Luigi Feori, y tenía unos cincuenta años de edad. "No tienen que convencerme! Ideen un plan de escape, que yo les secundare!"- Dijo Pencrof, quien no quería calentarse la cabeza con planes que luego podían fracasar y así ser sindicado como mal planificador... Wilson Vera fue el que mejor ideo el plan de escape, y Pencrof le siguió en todo, al igual que Luigi Feorí: al alinearse los camiones para la partida, ellos entraron por ambas puertas, golpearon a chofer y ayudante, y los dejaron en el suelo de la cabina; cuando el convoy salió de la fundición, nadie les pidió identificación alguna, tan seguros estaban los guardias de que todo funcionaba en mansedumbre absoluta. El camino serpenteaba por entre los cerros, y Wilson Vera se las arreglo para quedar al último de la fila, con lo cual pudo detener el camión al ver el cauce de un rio cerca, dejando el vehículo a un costado del camino y así corrieron hacia ese lugar. "Fácil!"- Reía Luigi, mientras corría por entre los matorrales. Al arribar a la orilla, se bañaron alegremente, siempre mirando hacia la carretera, que a esa hora se veía desierta. "Que crees tú que harán cuando se den cuenta de que tienen un camión de menos?"- Pregunto Pencrof, lavándose la cara con el agua cristalina de ese rio. "Volverán a ver si tuvo un accidente, y como no van a ver ningún accidente sino que dos tipos aturdidos a golpes, comenzaran a buscarnos. No tengo idea de que métodos tienen de búsqueda, pero por supuesto, debemos alejarnos de aquí lo más posible."- Dijo Wilson Vera. "Ah, claro. Tirarnos al rio y nadar! Pronto estaremos a varios kilómetros de aquí."- Comento Luigi Feori, sonriendo. "No! Lo básico es buscar rio abajo! Por allí comenzaran! Y cuando no nos hallen, entonces comenzaran a buscar rio arriba! Por eso, recomiendo irnos rio arriba lo antes posible!"- Dijo Wilson Vera, sorbiendo algo de agua. Comenzaron a caminar por la ribera y Pencrof observo que el rio era torrentoso, con un cauce de al menos cien metros; el agua barbotaba chocando con los grandes peñascos que sobresalían de su superficie, enviándoles gratificantes nubes de gotas, que les refrescaban en su caminar. "Veo bosques a ambos lados! Pronto andaremos por ellos, y me pregunto si hay animales salvajes por aquí."- Dijo Luigi Feori, mirando con temor. "Hay animales, según me conto un cocinero! No dijo cuáles, pero revolvía los ojos igual que un negro!"- Rio Wilson Vera, chuteando un peñasco, que dio en el agua. Pencrof comenzó a buscar con sus ojos una rama gruesa, para tener algo con que defenderse; eso sí, no serviría si aparecía algún animal verdaderamente peligroso. capitulo 9. La aldea de Dafia. Al caminar alrededor de dos kilómetros, vieron una construcción de troncos elevándose unos doce metros del suelo, y algunos hombres se les acercaron corriendo, apuntándoles con primitivas lanzas. "Alto, somos amigos!"- Grito Pencrof, sin ganas de ser clavado por una de esas filosas lanzas, que no tenían más que la punta afilada al fuego. Les empujaron al suelo sin miramientos, les ataron de pies y manos, y en andas les llevaron dentro de la empalizada. La torre de observación obviamente les había servido para verles desde una gran distancia. Incapaces de comunicarse entre ellos, debieron soportar golpes de gente que se agolpo a ver qué sucedía. Los más viejos les daban de palos, que mayormente no eran dolorosos, pero si magullaban pues no estaban desbastados. Fueron dejado de espaldas en el suelo frente a una choza armada con cueros y palos enhiestos, y con un techo de ramas y hojas secas. Desde dentro salieron tres hombres muy gordos, que caminaban como patos. "Quien les envió a espiar, malditos?"- Pregunto uno de ellos, y se armo una algarabía enorme, pues toda la tribu, más de trescientos seres, se había reunido a toda carrera al verles llegar. Wilson Vera se sintió ser el más capacitado para dialogar allí, y dijo: "Somos fugitivos de los pulpos! Venimos corriendo de ellos!" Una gritería peor que la anterior se dejo escuchar, y luego de darles algunas patadas, el jefe, o que juncaba de tal, dijo: "Ah, entonces es peor! Vendrán por vosotros y nos hallaran! Malditos!" Como no le intereso mas conversar con los caídos, el jefe y sus dos adláteres se metió de regreso en su choza, y no salió. La gente comenzó a patear y escupir a los caídos, hasta el atardecer; entonces se retiraron, y Pencrof logro ver que se encendía una fogata en lo que parecía el centro del pueblo. "Espero que estos desgraciados no nos coman!"- Pencrof oyó decir a Wilson Vera. Con respecto a Luigi, este estaba dedicado a lloriquear como marica, desde los primeros golpes que había recibido. Al rato, escucharon tambores siendo tocados rítmicamente, y gritos y risas. "Estos salvajes saben pasarla bien! Espero que no gracias a nosotros!"- Se lamento Wilson Vera, tratando de limpiarse la cara, pero con las manos atadas eso fue imposible. Los escupitajos le ardían en la cara, y las patadas recibidas aun dolían en la espalda y piernas. Pencrof vio una sombra venir desde las chozas y se apresto a pelear, aunque fuera con movimientos espasmódicos, si es que era alguna clase de animal. Pero alguien susurro en su oído: "Cuidado, no grite! Te vengo a liberar!" Y sintió como un cuchillo de hueso comenzaba a roer las ataduras de sus muñecas. Al cabo de unos cinco minutos (que a él se le antojaron 20) , pudo soltar sus amarras y se sentó, mirando a la persona, pero era un bulto en la oscuridad, y ya estaba desatando a otro yacente, en este caso, a Wilson Vera, quien hablaba como en letanía, a pesar de que la voz del auxiliador le pedía silencio... Pencrof logro sacarse las ligaduras de los tobillos, y ayudo a Wilson Vera a sacarse las suyas, mientras esa persona desataba a Luigi, quien hablaba en forma lastimosa. "Que vamos a hacer? Esta esa muralla de troncos impidiéndonos la huida!"- Le dijo Wilson Vera, pero esa persona tomo la muñeca de Pencrof, y tiro de ella. "Sigámoslo! Debemos salir de aquí!"- Pidió Pencrof, hablando en voz baja. Los dos compañeros les siguieron y al cabo de unos trescientos metros, la persona abrió una pequeña abertura en la muralla, y por allí reptaron fuera, al bosque. "No se ve nada!"- Dijo Pencrof, y esa persona le susurro: "Pero yo me sé el camino. Toma de la mano a tus amigos, y sálvense!" Por la entonación, Pencrof se dio cuenta de que era una hembra, una mujer, la que les había salvado, y para comprobarlo, le toco el pecho. "Ay! Que haces?"- Pregunto ella, y siguió guiándole. Caminaron por dos horas, y sintieron el rumor de un rio. Ella dijo: "Estamos lejos de la aldea, pero pueden rastrearles fácilmente. Deben cruzar el rio: ellos no les seguirán." "Y por que no?"- Pregunto Luigi, sobándose las manos, ya que hacía bastante frio. "Si no cruzan el rio, morirán!"- Dijo ella, en voz baja, a pesar de que estaban lejos de la aldea. "Bien, muchachos, hay que nadar! Tratemos de vadear la corriente yendo rio abajo, no hay otra opción. Y tú, dama querida, nos has salvado y quizás te descubran tus congéneres! Podrías huir con nosotros."- Aviso Pencrof, seguro de que ella diría que no. Pero se equivoco, pues ella dijo: "Soy Dafia, no tengo miedo a nada! pero me quieren casar con Rowruu, el brujo! Y es viejo, feo y maligno! Ya ha tenido tres mujeres, y saben a dónde están?"- Pregunto ella en un susurro apenas audible, por el ruido del rio. "Muertas?"- Indago Pencrof, tomándole de la mano, pues la oscuridad apenas podía permitir ver sombras. "Desaparecidas! Dicen que se las come!"- Dijo ella, apoyándose en el. "Bien, entonces iras con nosotros!"- Comprendió Pencrof, y llevándola de la mano, se adentro en el rio hasta llegarle el agua al pecho; de allí comenzó a nadar, ayudándola a hacerlo, notando que la corriente les llevaba rápidamente hacia adelante. De sus amigos no supo, ya que en la oscuridad y el ruido de las aguas, era imposible verles ni oírles. Nado hasta el cansancio, quizás por más de dos horas, y al fin logro asentar el pie en el fondo; ella se aferro a él, pues era más pequeña. "Ya llegamos, fuerza, que falta poco"- Dijo Pencrof, pero no sabía que les esperaba un lodazal enorme, el cual fue difícil de atravesar, y lo lograron cuando ya había aclarado el nuevo día. Pencrof se tendió en la tierra seca, entre matorrales, viendo que ella se sentaba a mirar el rio, y decía: "No se ven tus amigos. Deben haber salido rio abajo." "Estoy muy cansado para preocuparme de ellos ahora! Ven, descansemos"- Pidió Pencrof, tomándola de la mano. Dafia le abrazó, y descansaron allí, dormitando por dos horas . Pencrof despertó tras oír un berrido de animal, y mirando alrededor, vio a una especie de caballo enorme, que pastaba a menos de veinte metros. Dafia también había sido despertada, y miro espantada a ese animal. "No te preocupes, es sólo un caballo enorme!"- Le dijo Pencrof, tomándole la mano. "No! Esos son muy crueles y patean a la gente hasta morir! Huyamos!" Pidió la mujer, corriendo paralelo al rio, en dirección contra la corriente. Pencrof miró hacia el caballo, que por lo tanto no era tal, y le vio observándolos por un instante, lo cual le dio alas en los pies. De improviso, se vio corriendo por sobre baldosas y lianas, y con estupor vio que el lugar era un olvidado rincón de la humanidad, con construcciones de piedra y a la sazón, en evidente estado de deterioro: torres y muros derruidos, calles obstruidas por los derrumbes que el tiempo había provocado. "Por aquí!"- Dijo ella, y entro en una antigua mansión, o quizás un templo o lugar de reunión, que por haber sido construido con mayor esmero, su estado actual era el mejor de los que le rodeaban. Subieron escaleras, doblaron por corredores, siempre con la idea de que podrían ser hallados por ese ser caballuno, pero tras un rato, Pencrof se dio cuenta de que el animal no llegaría a ellos por dos motivos. Uno, que era muy grande para pasar algunos de esos corredores, y dos, que ya no se le escuchaba su trote. "Descansemos aquí."- Dijo Pencrof, sentándose sobre una escalinata que seguía subiendo hacia pisos más altos. "Lo perdimos."- Dijo ella y era primera vez que sonreía, y a pesar de lo sucio de su cara, y de su vestimenta embarrada tras cruzar el lodazal, se veía bastante hermosa. El recuerdo de sus amigos empañó ese momento de alegría, pero se dijo que a cada cual su destino, y abrazó a la mujer, para ganar aún más su simpatía. Ella se dejó hacer, tocando su rostro por un momento. "Creo que ya estamos a salvo de los guerreros de mi pueblo. Ellos no cruzan el rio."- Afirmó ella, mirando hacia lo alto de la escalinata; que dejaba caer gruesas ramas de enredaderas. "Ah, por alguna maldición? O no saben nadar?"- Inquirió Pencrof, suspirando. "Si saben nadar! Pero en el rio hay serpientes venenosas que si muerden a alguien , le hacen morir en minutos!"- Afirmó ella, mirándole con sus grandes ojos grises. "Entonces, nosotros estuvimos en un tris de ser mordidos?"- Preguntó Pencrof, y por toda respuesta ella movió la cabeza en la afirmativa. Sintieron un ruido de algo que se arrastraba, y ella frunció el ceño; Pencrof la tomo de la mano y subieron algunos peldaños; desde esa altura vieron aparecer un animal parecido a un quirquincho, pero de metro y medio de largo, con su coraza seccionada que se movía al compas de sus patas, rozando las baldosas pétreas. El animal les miro sin interesarse mucho en ellos, y se metió por un pasillo, como si tal cosa. "Es un Rowri! Bueno para hacer un caldo."- Dijo Dafia, de pie sobre la escalinata. "No tengo con que matarle, ni hacer fuego. Tampoco tengo una olla."- Comento Pencrof. Ella salto hacia abajo, y cogiendo una piedra, siguió al quirquincho, y como él la siguiera, la vio golpear al animal en la cabeza hasta darle muerte. "Comer! Debemos hacerlo." - Opino ella, y busco entre los trozos de piedra caídas desde lo alto, una que fuera algo filosa, y comenzó a tratar de sacar carne desde esa coraza de dura quitina. Pencrof no se había quedado de brazos cruzados, y busco leña, y comenzó a frotar palos hasta que logro encender el fuego. Dafia ensarto trozos de carne en algunas ramas, y las coloco alrededor del fuego, para asarla. Tras un rato, pudieron comer de esos trozos. "Tiene sabor a pollo."- Comento Pencrof, y ella le miro intrigada, pues no conocía esa ave, aunque no quiso preguntar de que se trataba. En su lugar, dijo: "Estoy agradecida del destino. Me ayudaste a salir de una vida miserable." "Y tú a mí, ya que quizás nos iban a cocer en alguna olla de tu pueblo, y a cocernos para la cena."- Comento Pencrof, mordiendo un trozo de esa carne blanca. "No! Nadie come carne de gente! Es mala suerte! "- Afirmo ella, comiendo. "Y que querrían hacer con nosotros? Nada malo les habíamos hecho!"- Dijo Pencrof, poniendo oído a cualquier ruido extraño: el lugar era misterioso y a la vez, se sentían rumores de hojas movidas por el viento, ramas que chocaban, crujidos en las rocas. "El jefe dijo que Uds. podrían ser espías de los Mouridios! Ellos odian a nuestro pueblo, y así nos envían gente para espiar y saber por dónde atacar! Y lo han hecho varias veces."- Avisó ella. "Y Uds. no hacen nada?"- Preguntó Pencrof. "Si lo hacemos! Pero ellos son más numerosos y es difícil combatirles! Por eso se hizo la muralla de troncos! Ya no pueden llegar y atacarnos sin descubrirles!"- Informó Dafia, sobándose una rodilla. El barro se había secado y ahora picaba. Pencrof pensó en ella y su entorno, y pregunto: "Y tus padres, hermanos? O eres huérfana?" Ella agito su cabeza, diciendo: "Ellos no me quieren! No dijeron nada cuando el hechicero me eligió de pareja! Les pedí me salvaran de tal destino, y se rieron de mi! Mis padres murieron en un ataque de los Mouridios; y son mis hermanos quienes los que pensaron en los beneficios de que yo me diera a un hechicero viejo y hediondo! " "Ah, el hechicero les da algo en cambio??"- Se imagino Pencrof. "Banquetes! Ese hombre viejo hace banquetes con el dinero que recoge de los que le consultan! El hace brujerías y hechizos, bebedizos y letanías! Es hombre importante, pero sucio! Y mata a las mujeres!"- Afirmo ella, tomándole de la mano. Pencrof la miro de nuevo, aunque ya la había catalogado como una mujer con un cuerpo excepcional: no había duda de que el sacerdote de la tribu la había deseado por aquello; cualquier hombre la desearía como esposa. Y ahora él, Pencrof, la tenia de la mano... Terminaron de comer, y salieron de esas ruinas, ya que Dafia menciono culebras enormes, que salían de noche de entre las fisuras de los muros, con hambre y deseos de estrujar a sus víctimas, tragárselas y a los tres días devolverlas fuera vomitándolas, para hacer aquello varias veces, y así producir una masa de carne podrida, que en sus estómagos de pesadilla servirían para alimentarles. Con ese cuadro en mente, Pencrof crio alas en sus pies, y a las dos horas, esas ruinas habían quedado a doce kilómetros más atrás. Ahora el paisaje era de árboles frondosos, pero sin frutos. Coníferas, que elevaban sus troncos a treinta metros de altura, dejando caer sus agujetas al suelo, haciendo así un colchón mullido en que los pasos se hacían silenciosos. Un olor perfumado les envolvía. "Agua!"- Dijo ella, corriendo hacia la derecha; Pencrof la siguió, y la vio lanzarse a un arroyo de grueso caudal; allí ella se lavo el cuerpo, sacándose la ropa. Esto hizo que Pencrof casi cogiera un ataque de hipo, pues el cuerpo de la joven era el más espectacular que había visto en años. "Que me miras tanto? Metete al agua y lávate!"-Le pidió ella, chapoteando. "De inmediato."- Aviso él, y le dio algo de pudor sacarse la ropa y mostrar que estaba algo excitado físicamente, pero Dafia no tomo en cuenta eso, al menos no lo hizo notar... quizás estaba acostumbrada a ver como se excitaba el hombre ante la belleza desnuda de una mujer. Que es algo natural. Pencrof se lavo lo mejor que pudo, ya que no había jabón ni nada parecido a la mano; ella le toco con el pie, y así comenzaron a tocarse y terminaron besándose en la orilla. El mundo de Pencrof se teñía de rosado con ella abrazada a él en un tierno momento de pasión. Tras aquello, se volvieron a meter en el agua, ahora más serios pero mirándose a cada rato, y Dafia le dijo: "Pronto oscurecerá. Deberemos escondernos de los animales peligrosos." "Ah, no he visto ninguno!"- Comento Pencrof, quien venía saliendo recién del séptimo cielo. "Pero saldrán cuando oscurezca! Siempre lo hacen! Antes de la empalizada que se hizo en el pueblo, los animales entraban a las tiendas y se llevaban a la gente!"- Afirmo Dafia, con tono urgente. El terreno subía y formaba un cerro de no mucha altura, pero de muchas piedras y cantos rodados. Allí Pencrof hallo una hendidura, que podría servirles de refugio, amontonando piedras frente a ella, y así logro tener una gruta en que guarecerse. Al anochecer ya tenían hambre, pero debieron soportarla, ya que la oscuridad se les venía encima. Ella miraba por entre las rendijas de las piedras, diciendo: "Este lugar es hermoso y tranquilo! Muy diferente a las rencillas y peleas del pueblo!" "Pero no me has dicho qué iban a hacer con nosotros!"- Pidió Pencrof. "Les iban a sacrificar, quizás poniéndoles sobre un tronco filudo, para que les vieran los Mouridios si se acercaban a la cerca! O quizás solo pusieran sus cabezas en la punta, para mostrarles lo que les pasaría a los intrusos"- Afirmo Dafia, suspirando. Ella también se alegraba de haber rescatado a esos hombres, pues había hallado uno que la amaba, y eso significaba mucho: el haría lo imposible por tenerla a su lado, resguardándola lo que más fuera posible. Ese pensamiento entibio su corazón, y se volvió a Pencrof, para abrazarle fuertemente. Este había quedado de piedra al escuchar lo que habría sido su destino, y se dijo que el odio entre el pueblo de Dafia y los llamados Mouridios era para enmarcarlo. La noche llegó con sus ruidos misteriosos, rumor de viento sobre las piedras, y uno que otro aullido que helaba la sangre en las venas...De verdad, se dijo Pencrof, que el planeta distaba de tener una fauna amable. Dafia ahora dormía acostada en su lecho de hojas, mientras Pencrof miraba por las rendijas, y ciertamente era muy poco lo visible, ya que el planeta no tenía un satélite suficientemente grande como para irradiar algo de luminosidad; él se imaginaba que podrían haber satélites pequeños orbitándolo, pero incapaces de iluminar como para que ojos humanos pudieran horadar la oscuridad. Se quedo dormido, y fue tras seis horas que le despertó Dafia, diciéndole: "Esta aclarando! Debemos salir de aquí." "Y cuál es el apuro?"- Pregunto Pencrof, desperezándose. Veía ahora la silueta de su agradable compañera, quien repuso: "Vamos a bañarnos! Estamos oliendo mal!" Pencrof la acompaño al arroyo, en donde ella se baño gozosa, mientras el apenas si se movía dentro del agua, que notaba fría. Salieron de allí, tras lavar sus ropas. "Pronto se secaran!"- Dijo ella, mostrando su bello cuerpo desnudo. Pencrof se miro el estomago, que generalmente se veía abultado, pero con los sinsabores recientes, ya podía pasar como un estomago plano. Pensó en que nunca debería haber permitido que su estomago se hubiera pronunciado tanto, pero ya al fin había logrado tener un físico medianamente pasable. Su rostro ya estaba cubierto con una barba crecida, igual su cabello, largo hasta los hombros, ya que en sus encierros sus captores en nada se habían preocupado de la estética, pues habían fungido solamente como obreros esclavos. Dafia jugueteo con él, subiéndose finalmente a horcajadas, y diciendo: "Eres mi amor." Y le besaba. capitulo 10. El reino del rey Juodnem.

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