Sunday, April 06, 2025

PIRATAS 17 PARTE 11.-

capitulo 10. El reino del rey Juodnem. Continuaron caminando, esta vez orillando cerros, y al cuarto día divisaron una construcción de piedra blanca brillando a lo lejos, a una altura de unos 300 metros sobre la llanura. "Gente! Creo que son civilizados, ya que tienen construcciones de piedra."- Comento Pencrof. "No he oído nunca de ellos, pero no es raro. Los de la aldea nunca han venido para este lado del rio."- Dijo Dafia, mirando hacia esos albos torreones, poniendo la manos sobre sus cejas. "Iremos! Solos en esta selva no podremos vivir tranquilos."- Comento Pencrof, tomándola de la mano, y Dafia se dejo guiar con una mansedumbre que llenaba el alma del hombre de mucha ternura hacia ella. Fueron subiendo por la ladera, y a cada paso las contracciones parecían agigantarse, a tal punto que cuando estuvieron a doscientos metros , las murallas median mas de cien metros de altura, y eso eran las que rodeaban el lugar, pues habían torreones y muros más arriba. Del muro sonaron trompetas, y al llegar a un alto portón de madera recia, esta fue abierta para que pudieran entrar, mas fueron detenidos en el rellano de la construcción, por dos guardias vestidos con plumas y correajes de cuero. tenían en sus manos lanzas de recia madera, con puntas de metal en forma de hojas de árbol. "Quienes son Uds. y que quieren aquí?"- Pregunto uno de esos guardias. Y no que estuviera solamente acompañado del otro guardia, sin que había un grupo de más de setenta guerreros a cincuenta pasos de allí. Todos armados y con trajes de plumas , cinturones de cuero y alfanjes. "Venimos de tierras del otro lado del rio! Mi mujer es de allí, pero yo vengo de muy lejos, y he llegado acá en una nave que vuela."- Afirmo >Pencrof. El guardia miro al otro que le acompañaba y se rio estentóreamente, para mirarle de nuevo y decir. "Necesitábamos un payaso en este reino que se ha puesto triste con la enfermedad del rey Juodnem! Entren, y capaz que nos diviertas con tus mentiras!" Este trato paternalista no le agrado ni un ápice a >Pencrof, y se dijo que en lo sucesivo no hablaría de naves voladoras, o le tomarían por loco maniático. El guardia les llevo a una pileta llena de agua, diciendo: "báñense ahora! Vienen polvorientos y hediondos!" Con algo de vergüenza y pudor, la mujer Dafia se lavo lentamente, tratando de no mostrar más de su cuerpo que del necesario aunque como ya vestía harapos, y estos con muchos rasgones y agujeros, no tenía mucho sentido tratar de ser recatada. Diferente se comporto Pencrof, quien se despojo de sus harapos y se lavo concienzudamente, sin importarle la mirada de algunas mujeres que se habían acercado a mirarles. "Ya, está bueno! Síganme ahora!"- Pidió el guardia que les había hablado, y escoltados por veinte guardias caminaron por calles empedradas, siempre subiendo hacia una torre muy alta, que se erigía la ultima de todas, y por ende, cerca de la montaña, que se elevaba unos setecientos metros más arriba, con su penacho coronado de nieve , la cual se derretía lentamente, proveyendo del agua necesaria para la población, que podía ver la cascada saltar de roca en roca hasta pasar por un agujero en la muralla que la enfrentaba, y que luego se transformaba en un canal de piedra labrada, que atravesaba el pueblo en diferentes direcciones, para terminar saliendo por el lado sur, y que también era canalizado para regar las siembras que se extendían hacia los lados y hacia abajo de la gran montaña negra. Llegaron a la gran torre, y Pencrof admiro los dinteles, que eran de mármol blanco, sujetando una puerta completamente forrada en bronce, que brillaba como oro. Cuatro guardias estaban allí de pie, mirándoles, ya que nadie se atrevía a acercarse. "Que traes y por que los traes?". Dijo un guardia enorme, de al menos dos metros de altura, con un casco emplumado que elevaba su presencia al menos en 50 centímetros más. su atuendo tenia numerosos parches de bronce, finamente pulidos, y cinturones de cuero de cocodrilo o algún dinosaurio de la selva. "Son forasteros, que se han perdido. Este- y mostro a Pencrof con su daga- dice haber volado hasta acá."- Respondió el guardia de la puerta de la entrada a la ciudad. "Vuela. Un caso insólito. Y tú, le vistes volar? O solo repites lo que él dice?"- pregunto el oficial emplumado. "Repito lo que él dice. me pareció curioso, digno de ser mostrado en la corte."- Afirmo el guardia de la puerta principal. "Bien has hecho en traerlo! Hay falta de bufones en estos días! Y que dice o hace esa mujer tan mal vestida? También vuela?"- Pregunto el guardia de la torre gigante, no sin una leve sonrisa en su rostro de piedra. "No ha dicho nada importante hasta ahora. En verdad, no ha abierto la boca."- Comento el guardia. "Quizás sea muda, una ladrona sin lengua, quizás? Colijo que es la hembra del volador. Es así?"- Pregunto el guardia, y Pencrof, que estaba deseoso de decir algo en esta virtual interrogación, pronuncio: "Es mi mujer, mi ayudante. Viste mal porque atravesamos el rio a nado, caminamos incesantemente, y llamados por la curiosidad, llegamos a esta ciudad hermosamente amurallada." Los guardias le quedaron mirando algo asombrados de que supiera expresarse con soltura, ya que le habían tomado por un campesino zafio y delirante. "Ah! Un sabelotodo! Mejor aun! Déjalo con nosotros! Se los mostraremos a la corte, cuando reciba la indicación necesaria. De no ser así, te los mandare de regreso, para que los expulses de nuestra pulcra ciudad. No queremos mendigos."- Afirmo el jefe de la guardia del torreón gigante. Abandono el lugar el par de guardias que les habían llevado allí, dejándolos al cuidado de estos otros, todos emplumados, y obviamente, de mayor rango. "Llévenlos a asearse y vístanlos con mejores ropas. Que no se vean como menesterosos, antes de mostrárselos al Chambelán Dioerusus Magnesus. Fueron conducidos a una sala con tragaluces y ventanas abiertas, por donde se podía ver una montaña de mármol pulido con tanta intensidad que el reflejo podía verse claramente. Les dieron ropajes que olían a encierro, pero que eran majestuosos, o al menos así les parecían, tras andar con andrajos por días sin final. Pencrof miro hacia el muro, viendo un trozo de metal incrustado y tenía la forma de una flor de oro que nacía de los helados muros del blanco mármol poseía una belleza inconmensurable. Como nadie les decía nada, Pencrof se acodo en el alfeizar, mirando hacia las construcciones adyacentes, pensando en que como los hombres pueden levantar edificios semejantes. Alrededor del muro de la ciudad, un cinturón de unos ciento cincuenta metros, se extendía un cultivo de girasoles que se asemejaba a una manta de oro sobre la tierra. Podía divisar la entrada principal de ese maravilloso lugar, con patios orientados al Norte y protegida por las habituales puertas de bronce y después por puertas de mármol macizo, hermosamente talladas con temas alegóricos e incrustaciones de oro. "Estos hombres deben tener minas de oro inagotables! Mira que profusión de ornamentos de oro!"- Dijo Pencrof. "Nunca he visto eso que dices es oro! Es hermoso."- Comento Dafia, mirando embobada. Entro en la habitación un hombre alto, de rostro aquilino y ojos de buitre. Les miro por un momento, y dijo: "Así que tú dices poder volar. Muéstrame como." Pencrof trato de explicarle que no volaba como un ave, sino que dentro de un navío con alas de pájaro, grande y propulsado por hélices o palas, que girando rápidamente podía levantar la estructura del suelo. El dignatario carraspeo, diciendo. "Es un buen cuento. Le gustara al rey. Lo has visto antes?" "Nunca, señor. Primera vez que piso este lugar, que me parece magnífico."- Alabo Pencrof, indicando muros y el oro que los adornaba. "Se entiende. Vienes de lugares atrasados, llenos de salvajes que creen en fantasías, ya que no pueden crearlas! Te llevare ante el rey, pero luego de la cena. Y compórtate, o será tu fin."- Dijo ese funcionario, retirándose a grandes zancadas. El oficial que le había llevado allí, dijo: "Has hablado con el Chambelán Dioerusus Magnesus, hombre influyente. No lo dejes mal, con tu próxima charla, o terminaras pasto de las fieras." "Así tratare, señor."- Afirmo Pencrof, no sin sentir un escalofrió de terror que le corría por la espalda. Con Dafia se sentaron en el suelo, ya que la sala no tenía ningún mueble ni silla disponible. Veían pasar de un lado al otro a muchos guardias y funcionarios menores, ya que la sala tenía varias puertas, y los súbditos del rey parecían estar muy ocupados, llevando y trayendo cajas, bolsas, o simplemente caminaban en forma apresurada hacia sus ignotos destinos. El día transcurrió sin otro incidente, pero también sin que les dieran ni un vaso de agua ni menos un mendrugo de pan. Cuando cayó la noche, sintieron música lejana, y Dafia dijo: "Tienen fiesta." "Deben tenerla, ya que se ve que viven en la opulencia, y eso atrae a la diversión. "- Comento Pencrof, paseándose por la sala, que ahora estaba a media luz, ya que ardía una tea en un muro, arrojando sombras por doquier. Cuando ya sentían sueño, por la larga espera, un guardia se presento ante ellos, diciendo: "Pongan buena cara, como si estuvieron muy felices! Nada de tristeza en la sala del Rey Juodnem! Si lo haces bien, capaz que te dejen comer!"- Y se rio, burlonamente, ya que estaba cierto de que nadie les había dado de comer. Salieron de esa sala, y una vez pasadas ambas puertas se encuentran con la enormidad de los muros, que tienen veinticinco metros , y con una puerta más fina de mármol blanco también, que da acceso al interior. De ahí pasaron a un salón circular bajo la gran cúpula. En el centro había una gran mesa de granito verde, con bancas de blanco mármol, y ocupadas por al menos ochenta personas, a quien mejor vestido, y de cabecera el Rey Juodnem. El chambelán Dioerusus se levanto de su asiento, tomo a Pencrof de una mano y a Dafia de la otra, y los presento al rey, quedando de lado y adelante del mandatario. Los comensales comentaron la vestimenta y porte de los recién ingresados, no sin ciertas risas, mayormente de damas, quienes por supuesto comparaban sus ropas con las más modestas que usaban Pencrof y Dafia. "Gran Rey! He aquí a dos forasteros llegados a la ciudad hoy mismo! Vienen de las selvas, dicen haber cruzado el torrentoso rio, y caminado innumerables días hasta llegar ante vos, gran Señor! Este hombre dice haber llegado en un pájaro de metal a este mundo, y la mujer no habla." El Rey Juodnem era un hombre de unos ochenta años, casi calvo, con ojos pequeños y claros; vestía unos ropajes recamados en oro, y en sus dedos lucia cuatro anillos de oro con piedras café, excepto en el dedo meñique de la mano izquierda, en que brillaba una labradorita de suaves tonos. Ya no tenía platos ante él, signo de que los habían retirado tras servirse lo que fuera que le habían dado de comer. Con voz baja, que era la natural en el, dijo: "Forastero, bienvenido a mi reino! Aquí olvidaras tus fatigas y los pesares de tu camino! Contadme como fue tu viaje, que vistes antes de llegar aquí, si hay muchos animales feroces, y cuál es tu origen." Pencrof trato de hacer caso omiso de la mirada burlonas de los cortesanos, quienes esperaban cualquier desliz que cometiera, para reírse en su cara, y hacer de él un bufón... tal como pronostico ese guardia que les recibiera. "Gran rey, me inclino ante ti y la magnificencia de tu palacio! Vengo de un mundo lejano, en que es común volar en aparatos que se elevan en el aire con gran ruido , viajan incansablemente y descienden con un rugido! Ese mundo ha quedo muy lejos entre las estrellas, y no me es posible volver, ya que fui abandonado en este mundo en que vos habitáis." Un rumor de incredulidad nació entre los comensales, y solo una risilla de mujer se pudo escuchar. El Rey Juodnem tosió, diciendo luego: "Y como baten las alas esos vehículos que vos contáis? " "No baten alas, sino que tienen palas que se mueven en torbellino! Toman el aire y lo expulsan hacia atrás con fuerza, y así avanza el vehículo: llamamos motores a tales ingenios que mueven las palas, y se necesita mucho ingenio para armarlos, y mucho combustible, que estalla en su interior, moviendo palancas."- Explico Pencrof, con su mejor sonrisa, tal como le dijeran, que apareciera feliz y contento, a pesar de que por dentro estaba preocupado de dejar la mejor impresión en la mente del gobernante. El Chambelán pregunto, con voz fría: "Y esos artefactos pueden llegar acá'< Como no los hemos visto antes?" "Están lejos, y son pocos; no como en mi mundo en que abundan! En este mundo están comenzando a llegar, por eso la colonia existente tiene poca gente, y no ha podido multiplicar su población, ya que recién estamos llegando."- Aviso Pencrof; ante esto, se le turbo la faz al Rey Juodnem-, quien se dirigió al Chambelán Dioerusus Magnesus, diciendo: "Estamos en peligro de invasión? Deberemos tomar medidas? Esto me preocupa." El Chambelán Dioerusus Magnesus dio somera y severa mirada a Pencrof, y respondió: "Si ese hombre dice la verdad, cosa que habrá que investigar a fondo, tenemos de algo con que preocuparnos, ciertamente. Pero la diplomacia cura toda violencia, Su Alteza. Cuando y si llegan a llegar tales personas al reino vuestro, veremos cómo resolver el asunto. por ahora, no hay problemas: este hombre se ve que ha sido dejado abandonado quizás por que oscuro motivo. Indagare todo lo que sepa, y le diré entonces que curso de acción tomar." "Claro. Haz eso. Bien, terminada la cena, me retiro. Señores comensales, podéis iros."- Dijo el Chambelán Dioerusus Magnesus, poniéndose de pie y saliendo de la sala, escoltado por guardias y algunos cortesanos. El Chambelán tomo a ambos forasteros de la mano, y les guio hasta sus aposentos, en donde les dejo de pie ante una mesa, tras la cual se sentó en un cómodo sillón; cuatro guardias habían venido con ellos, y se apostaron a su lado, en guardia de cualquier exabrupto que Pencrof o Dafia pudieran intentar. "Bien! No ha salido todo lo bello y placentero que hubiera esperado! Eso de contar de gentes llegando en naves aéreas, de expansión futura, obvio que a Su Majestad Juodnem ha inquietado. Y a mí también! Así es que, contadme mas de esos aparatos, y de su uso." Pencrof suspiro y dijo: " Ya le he dicho todo a grosso modo! Son aparatos fabricados por una civilización más avanzada de la que tenéis aquí, Señor. Se fabrican muchos artefactos metálicos, con muchas piezas, usando combustible que estalla, pero hay otros que usan energía que fluye muy rápido y si se sabe como domeñarla, puede mover grandes objetos casi sin ruido! Se sacan metales de las minas en los cerros, se funden y se moldean, y todo el proceso es largo, costoso y para ello se necesitan muchos hombres laborando todo el tiempo! Volar en maquinas costo muchos años! Por ello creo que vosotros aun no tienen de tales maquinas: hay que crear muchos otros artefactos primero, antes de siquiera intentar volar."- Aviso Pencrof. El Chambelán Dioerusus Magnesus se paso una mano por la cara, diciendo: "Esto es nuevo para mí. No lo había pensado antes, y por ello deberé meditar lo escuchado aquí. Por mientras, os daré alojamiento. Guardia! Lleva a estos dos a un lugar apropiado para dormir!" "Señor, no hemos comido en un día! Podrías ordenar darnos algo de alimento?"- Pencrof pidió humildemente. El Chambelán Dioerusus Magnesus estudio la expresión del forastero, y dijo: "Guardia, lleve a la mesa a estos dos! Que coman lo que no quisieron los cortesanos!" Dafia y Pencrof salieron de allí, para regresar a la sala comedor, en donde ya estaban retirando los platos algunos sirvientes. El guardia les hizo sentar en un costado de la mesa, y les puso algunos platos enfrente, para que comieran. Estos platos tenían trozos intocados d carne, algunas verduras y frutas. "Veo que esos cortesanos comen de balde! Hagamos lo mismo!"- Dijo Pencrof, usando el cuchillo, único cubierto a la vista, ya que al parecer, esa gene no conocía lo que era una cuchara ni un tenedor. Tras esa cena, les ubicaron en una pieza pequeña pero limpia y con dos camas y algunos muebles, todos vacios de contenido. Se acostaron en una de ellas y se taparon con algunas mantas que olían a encierro; la pieza solo tenía la puerta de salida y sin ventanas, por lo que Pencrof debió entreabrir la puerta a fin de tener más aire que respirar. Al día siguiente nadie se apersono, y por ello deambularon por corredores, en los cuales también transitaban mozos, empleadas del aseo y dos o tres guardias aburridos. Se veía que las noches eran de actividad, y los días de una abulia enorme. Hallaron la cocina basándose en los olores que aquella despedía. Los cocineros sonreían al verles tomados de la mano, y les dieron un desayuno que apenas pudieron terminar, por lo abundante. Pencrof hablo con el cocinero mayor, quien le dijo: "Se todo lo que pasa en el gran comedor, gracias a mi gente que se afana sirviéndoles. Vosotros tenéis que cuidaros, porque la envidia es cosa viva en este palacio tan bello, pero con emociones oscuras." "El gran chambelán quedo de estudiar mi caso, creéis vos que estoy en peligro?"- Pregunto Pencrof, mirando al cocinero, vestido de blanco y con una gran panza, que no era tan visible dada la gran altura de ese hombre. "Ha, ha! Ese caballero promete mucho y hace poco, basado en la mala memoria del rey, quien ya está viejo y se le olvidan las cosas fácilmente! No os preocupéis, que el Chambelán tiene otras prioridades! En todo caso, cuidad vuestra lengua: os puede dañar. No digas todo lo que sabéis."- Aconsejo el cocinero, de nombre Olguín. Tras salir de la cocina, en que al menos trabajaban treinta hombres y mujeres, avanzaron hacia lo que les pareció el altar central, encontrando un escenario tan bello como concebir se pueda. En ese lugar sagrado se alza la enorme cúpula de mármol blanco (ya que tanto las paredes del interior como los muros exteriores son de mármol también pulido). Tiene una abertura en el mismo centro, por la que un rayo de luz desciende sobre el altar de oro. En el Este y en el Oeste hay otros altares y otros rayos de luz hieren las sagradas tinieblas hasta el corazón. En todas direcciones, «blancos, místicos, maravillosos, se abren los patios, cada uno atravesado por una sola flecha de luz que sir ve para iluminar el sublime silencio y para revelar en la penumbra los monumentos a los muertos». Sobrecogidos por una visión tan escalofriante, la vasta soledad hace temblar el cuerpo como la mirada de unos bellos ojos. En mitad del altar central arde una pálida aunque constante llama coronada por rizos de un humo azulado. El altar de mármol, cubierto de oro, es circular como la forma del sol, de cuatro metros de altura y treinta y seis de circunferencia. "Esta gente debe ser muy creyente en dioses etéreos, como para levantar tales monumentos."- Comento Pencrof. Dafia le tomo de la mano, preguntando. "Y que son dioses?" "Imaginaciones actuales de pretéritos navegantes de otros planetas, que visitaron no solo este mundo, sino que otros muchos, dando la luz de la civilización , que se mantiene encendida, a veces a duras penas, como un legado que esos seres han dejado." "O sea, que es solo mentira y falsos deseos?"- Inquirió Dafia. "Así es, pero no lo menciones nunca. Han mucha gente que mantiene creencias sin saber cuál es el origen! Y aunque se les diga y se les pruebe con hechos, no te creerán porque su deseo es vivir con esa ilusión. Las ilusiones son lindas, pero no llevan a ninguna parte."- Afirmo Pencrof. Admiraron unas flores metálicas que se abrían de día y cerraban de noche, según pudieron observar más tarde, esto para significar que la energía la trae la luz del astro, y se pierde con la oscuridad. Vieron algunas estatuas muy bien trabajadas, que en semicírculos, a distancias equidistantes uno de otros, y de norte a sur de ese lugar, hay diez ángeles de oro, o formas aladas de mujer, exquisitamente modelados y vestidos. Estas figuras, que superan ligeramente el tamaño natural, se presentan con las cabezas agachadas en una actitud de adoración, con los rostros envueltos en las sombras de sus alas; son impresionantes y de extrema belleza. Pencrof y Dafia caminaban por un l suelo que no es de mármol blanco, como en todas las demás zonas del edificio, sino de puro bronce, y también la parte frontal de los otros dos altares. Los altares del Este y del Oeste, que son semicirculares y están colocados contra la pared del edificio, son menos impresionantes. A media tarde, un paje les hallo en amena charla sentados sobre una base de piedra del torreón mayor, y les dijo: "Nobles visitantes, dejad vuestra cháchara y venid conmigo, pues el rey Juodnem así lo demanda!" "Ah, y que quiere el rey de nosotros?"- Pregunto Dafia, mirándole suspicaz. "Nada más que un canto, uno solo, para amenizar las Onces! Quiere oír voces nuevas, y allí entráis vos, señor."- Respondió el paje, inclinándose levemente, a modo de reverencia cortesana. "Vayamos, no sea de que se disguste por la tardanza."- Comento Pencrof, poniéndose de pie y tomando la mano de Dafia, quien salto del asiento graciosamente. Debieron bajar enormes escalinatas, correr por atestados corredores, y luego llegar al gran comedor, en donde ya la mesa estaba servida con tazas llenas de líquidos de colores, pues según los gustos se les servía. El chambelán pidió que se le acercara Pencrof, diciéndole: "Buen viajero, ahora deberéis cantar para el rey, y narrar de nuevo vuestras peripecias. Os escucharemos." Vio Pencrof que se les acercaban dos músicos con citaras, y vestidos a cuadros verdes y rojos, con graciosos gorros frigios. "Pero, gran Chambelán del Rey Juodnem, no soy cantante y mi voz no está educada para tal proeza! Que hare?"- Respondió Pencrof, que ya sudaba frio. "Cantad, mirad que sois aquí invitado de honor, con toda la libertad que aquello significa! Comidas, cama, atenciones! De lo contrario, si no cantáis, no doy un peso (moneda del reino) por vuestro futuro....y el de vuestra mujer."- Dijo el Chambelán Dioerusus Magnesus, con rostro congestionado. "Cantare, mi Señor, y que los Cielos se apiaden de mi."- Confeso Pencrof, tomando aire y comenzó su canto de esta manera: "Gran rey Juodnem, mi nombre es Pencrof, avisado marinero, gran oficial de la marina espacial que gratificado en vuestro reino hoy se encuentra! Vestido de la mejor manera por vuestros sastres reales, aquí me tenéis cantando para vos y vuestra corte, tiempo de decir verdades ha sido llamado y en los rincones del palacio mi voz que resuene. De cien naves espaciales cruzando los astros vengo aquí a residir por un largo tiempo vengo de manera humilde a daros las gracias que en buena hora vos merecéis! He laborado en naves con forma de lápices arrojando fuego y también iones furiosos así he ido avanzando de mundo en mundo hasta ser atrapado por razas de mil tentáculos que en su frio pensamiento no cesan de construir miríadas de encierros de cristal nadando en aguas densas y cálidas arrojan sus vientres aguas azules nadan en las piscinas sus vástagos pulposos, mirando cual gusarapos el mundo real. En salas de luces artificiales enormes allá en la lejana Tierra hombres artificiales laboran para crear nuevos inventos llenando el aire de maquinas silenciosas, los mares de navíos murmurantes, las entrañas de la tierra sibilantes. Han creado motores de rodamientos de acero laminas de cobre pulidas cual el vidrio cables de cristal llevando señales enarbolando banderas de cien colores. Sones marciales en días ceremoniales resuenan en plazas llenas de sol músicos uniformados de grandes penachos marchando viriles a la lucha sin fin En palacios de cristales perfumados cantan cien y mil vestales sus voces suben al cielo estrellado cual tallos de cien rosales de espinas. Los marineros lanzan sus redes negras al lóbrego fondo del mar llenan las bodegas de peces aletean tés de plateadas escamas vivificantes. En cercados de miles de varas pastan las vacas que mugen dichosas mientras en bodegas de vinos añejos se guardan botellas de verde color. Quien podrá contar los millones de seres humanos rozagantes? Quien en la Luna podrá levantar bandera para cantar las hazañas de sabios pensantes? Ya hay mil mundos de lejanos atardeceres poblados de cientos de ciudades agitantes, todas bajo la bandera de azul y blanco laborando minutos de fructificarte poder." Pencrof dejo de cantar, cansado ya de idear, y los nobles alzaron sus brazos en señal de aprecio, el rey Juodnem rio gozoso, el chambelán sonrió aliviado, y la bella Dafia abrazo a su amante. "Habéis ganado mi aprecio, noble visitante! Sentaos a la mesa, habéis ganado tu lugar entre nosotros!"- Dijo el rey Juodnem, y Pencrof así lo hizo, con la bella mujer en sus rodillas. Los sirvientes llevaron tazas de perfumadas infusiones ante Pencrof y Dafia, pasteles y torta. En las bandejas sobraban las galletas, y aun habían muchos dulces para elegir. La reunión continuo con canciones que todos sabían y coreaban, con Pencrof y Dafia intentando imitar: estas hablaban de antiguos reyes y duquesas, y sus hazañas relatadas con humor, lo cual hacia sonreír y alegrar los rostros del mas huraño cortesano. Cuando el rey Juodnem se puso de pie, todos le imitaron, y cuando el monarca se retiro a sus adornados aposentos, los cortesanos se desperdigaron por corredores, algunos salieron a aspirar el aire de la tarde, otros a dormir antes de la cena. Pencrof volvió a su cuarto con la bella Dafia, y conversaron de lo sucedido hasta que un paje, cuatro horas más tarde, entro a decirles: "Visitantes de honor, la cena será servida dentro de media hora. Apersonaos a vuestros lugares, antes de que Su Majestad el rey lo haga, pues así es la costumbre y tradición." "Iremos de inmediato, amable paje."- Dijo Pencrof, tratando de imitar el lenguaje cortesano, que bien o mal lo hiciera, el empeño que pusiera le sería considerado. Dafia arreglo su peinado, lavo su rostro en un lavatorio, y salieron al corredor, en el cual otros ya marchaban hacia el largo comedor. Pencrof ubicó su lugar gracias a un sirviente, que memorizaba todo cambio de lugar; luego apareció el Chambelán, conversando con una mujer de largos cabellos y talle diminuto; otros se sentaban apresuradamente, y cuando el rey Juodnem apareció, todos de pie se pusieron, levantando los brazos y sonriendo abiertamente. El rey saludó con un ademán de sus manos, se sentó y dijo. "Que la cena sea servida! Que los cantores comiencen a deleitar, y que las viandas a todos les sean aceptables!" Y luego los comensales conversaban, reían y miraban con cariño al rey, quien se servía de las viandas con fruición. A Pencrof y Dafia algunos sonreían, y también decían algunas educadas frases, para hacerles sentir que eran del grupo, que si bien no eran nobles ni cortesanos, su situación de visitantes especiales les daba pasajera consideración.

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